Los autores
Resistencia es fuerza que se opone a la acción de otra fuerza.
En México -y en el mundo- se libra desde hace décadas una batalla entre el modelo de desarrollo basado en la extracción masiva de recursos naturales y el derecho de muchas comunidades y pueblos de elegir sus formas de vida y conservar su territorio. Esa misma batalla es la que impulsó la decisión del Congreso Nacional Indígena de entrar en el terreno de la democracia electoral y presentar la candidatura de una mujer indígena a la presidencia del país en 2018, y es también la que mueve a presidentes municipales a declarar sus territorios “libres de fracking”, o a un gobierno estatal a impulsar una controversia constitucional contra la federación, o a un grupo de jóvenes mayas a convencer a los mayores de no vender sus tierras.
Cada una de esas acciones es un llamado de auxilio, un grito que pide pensar en formas de desarrollo que no hagan daño a sus familias o a sus comunidades, que no impliquen la instalación de una fábrica de cianuro o una mina de carbón en el patio de una casa. Pero también, cada una de esas acciones es una pequeña batalla ganada por mujeres, jóvenes, pueblos originarios, sacerdotes, líderes sociales y académicos, contra el despojo que implica la imposición de proyectos de desarrollo que sólo benefician a los dueños de grandes consorcios multinacionales.
Una parte de este proyecto estuvo inspirada en el libro de Expulsiones de la socióloga Saskia Sassen, que plantea la necesidad de construir un nuevo lenguaje para discutir sobre desigualdad, pobreza, desplazamientos y encarcelamientos o asesinatos de defensores de la tierra. Esas palabras, dice Sassen, no son suficientes para definir lo que está pasando en el mundo en la era de la economía global: la expulsión de millones de personas del modelo de desarrollo establecido por el gran capital.
Esas expulsiones tienen distintas formas: productores de mezcal convertidos en empleados de minas a cielo abierto; destrucción de miles de hectáreas de selva para construir parques de energía solar o campos agroindustriales; dispersión de pueblos para crear áreas de conservación; o el encarcelamiento de personas que se oponen a secar su manantial o su cascada. Son miles de personas expulsadas, porque su forma de vida no cabe en el concepto de desarrollo impuesto en el mundo.
En Pie de Página quisimos contar estas historias, no a partir de la denuncia de daños sino de los procesos de resistencia a esas expulsiones. Explicar por qué unas señoras salen de su casa a ponerse frente a una máquina excavadora, con una ley, un rosario y una cámara, para detener una mina. O cómo ha logrado un pequeña comunidad de Veracruz detener al gigante de la corrupción de América Latina (Oderbretch) en la instalación de una hidroeléctrica.
Sobre todo, buscamos mostrar lo que se pierde, lo que todos perdemos: agua, bosque, seguridad, forma de vida, cultura, territorio, casa.
Para hacerlo, contamos con el apoyo de la Fundación Ford y de muchos colegas y organizaciones que aceptaron el reto de cambiar la narrativa y la mirada.
En el proyecto participamos más de 40 reporteros, fotógrafos, editores, diseñadores y programadores, además de una serie de organizaciones aliadas, radios comunitarias y medios de comunicación locales, que dieron su tiempo y espacio para reflexionar sobre las mejores maneras de narrar estas resistencias.
La serie inicia el 23 de julio, y cada una de las historias –temáticas y regionales- se irán desplegando cada semana a sobre los murales que están alrededor de los personajes de la portada hasta que queden completos.
Cada historia busca contar qué convocó a la resistencia y cómo han logrado organizarse. Tratamos, además, de responder a las preguntas: ¿Qué es resistir? ¿Contra qué resistes? ¿Cómo resistes? ¿Qué cuidas cuando resistes?
De las múltiples respuestas que obtuvimos, hay una que resume el objetivo de esta serie de reportajes: “Resistir no es solo aguantar los trancazos, también es construir a partir de lo que nos está afectando”.