Una pequeña comunidad en Coahuila ha enfrentado empresarios y políticos para evitar la instalación de minas de carbón en los patios de sus casas. Después de poner el cuerpo frente a las máquinas, los pobladores aprendieron que la información y la organización son herramientas poderosas para detener estos negocios
CLOETE, COAHUILA.- Este no es un pueblo milenario, tampoco es un pueblo mágico. A Martha no se le hubiera ocurrido defenderlo, si no fuera porque su casa estaba en peligro.
Martha Alicia Martínez Ortíz usa un rosario en el cuello, tiene las cejas pintadas y el cabello teñido de rojo. Para despojarla, le dijeron que la iban a matar, que llegarían los zetas, que primero acabarían con ella y luego una empresa minera sacaría el carbón que está bajo su casa. También le hicieron creer que estaba sola, que desconfiara de sus vecinos. Soltaron el rumor de que algunos habían recibido dinero a cambio de apoyar las minas y dividieron al pueblo.
Martha tuvo miedo. En 2013, la pala mecánica que batiría su casa estaba a menos de 80 metros. La destrucción podría ocurrir cualquier día, a cualquier hora, en unos cuantos minutos. Entonces fue a buscar al alcalde de Sabinas, municipio al que pertenece Cloete, para contarle lo que sucedía. Jesús Montemayor, el alcalde al que fue buscar, es sobrino del ex gobernador Rogelio Montemayor Seguy, artifice del Pemexgate (como se le conoce al episodio de desvío de recursos públicos de Petróleos Mexicanos para la campaña presidencial del PRI en el año 2000). Recuerda ella que el funcionario la escuchó atento. Después, mandó a su casa a un grandulón para amenazarla: “no quiero a ninguna vieja cerca de la reja (de la mina)”.
Martha cuida su casa porque es el lugar donde ora, donde le da de comer a su esposo, donde tiende la ropa, donde descansa. Su casa no es muy grande, pero es su casa.
“Lo único que estoy haciendo es defender mi casa – dice-, defender mi patrimonio, que son 25 años para terminar de pagar una casa del Infonavit, para que venga un medio, un gobernador, un subsecretario de gobierno o cualquier persona que usted me quiera nombrar que tenga un poder o que tenga dinero, para que quiera tumbar mi casa”.
El pueblo de Cloete está ubicado en la Región Carbonífera de Coahuila. Es un pueblo tan chico que las calles no tienen sentido, no hay semáforos y tampoco hay tiendas. Para abastecerse de comida los pobladores viajan a la cabecera municipal.
La región tiene la reserva de carbón más grande del país, donde se genera el 7 por ciento de la energía de la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Con el paso del tiempo las compañías mineras han acabado con los depósitos minerales y ahora se aventuran a lugares no explotados, como zonas habitacionales. Las minas se han acercado tanto al pueblo, que algunos de los caminos del lugar se derrumbaron por la cercanía que tienen con los tajos.
Muchos pobladores de Cloete viven en casas pequeñas, donde se guardan de 4 a 7 de la tarde para mitigar el golpe de calor del verano. El polvillo que levanta el aire de las minas tizna la ropa, el aire, los coches, las flemas. El aire acondicionado resulta un prvilegio en este desierto. En cambio, las noches invernales son tan gélidas que es indispensable buscar refugio en el calor de alguna fogata. Una pobladora lo define así: “o hace un frío de la chingada, o llueve de la chingada, o hace un calor de la chingada, aquí no hay términos medios”.
En una parte del poblado construyeron casas de interés social, para facilitar a los mineros vivienda a través de préstamos y pagos con créditos aparentemente accesibles, pero que representan un gran esfuerzo para los trabajadores. La colonia Lomas está en peligro por las minas. Aquí está la casa de Martha y su familia.
Las compañías mineras se han aventurado a las zonas habitacionales.
La historia de esta resistencia comenzó, en realidad, en 2003, cuando a través de Álvaro Jaime Arellano, un concesionario minero de la región, llegaron los primeros intentos de convencer a los pobladores de que dejaran abrir los patios de su casa para sacar el carbón.
Jaime Arellano se hizo amigo de la gente, en el pueblo lo veían como “una buena persona”. Pero cuando la persuasión no funcionaba, el tono subía. Hasta que llegaron los armados y comenzaron las amenazas. A Norma Saldaña, por ejemplo, Álvaro Jaime le ofreció una cuna para su bebé –ella estaba embarazada- a cambio de que aceptara la construcción de un pozo en el patio de su casa. Ella dijo que no, y poco después, su esposo Matías fue detenido por la policía municipal. A Matías, los municipales lo entregaron a un grupo armado y lo golpearon hasta dejarlo inconsciente. Eso fue en 2007. Después se instaló en Coahuila la era de terror de los zetas, la organización criminal más sanguinaria del país. Y a la gente de Cloete le dijeron que los zetas eran los que querían abrir los hoyos en sus casas (el propio ex gobernador, Humberto Moreira, declaró en 2012 que los zetas se apropiaron de las minas de carbón). Empezaron a aparecer listas con nombres de los vecinos que supuestamente estaban de acuerdo con las minas y que habían recibido dinero por ello.
Pero los vecinos de Cloete entendieron que cuidar la casa de Martha era cuidar también la suya. Es un pacto simple: tú cuidas lo mío como si fuera tuyo y viceversa. Entonces, ni todos los golpeadores juntos, ni los maquinistas juntos, son más que los pobladores de Cloete.
Martha también lo entendió, en otro modo: si yo cuido tu pueblo como si fuera mío, y viceversa, podemos juntar más gente que empresarios y politicos del carbón.
En 2013, Martha y otras mujeres de Cloete acompañaron el plantón de pobladores de Nueva Rosita, que tenían bloqueada la carretera en oposición a un tajo en Cloal de Norte.
“Vinieron a pedirnos ayuda y dijimos: ‘si no ayudamos allá, cuando venga el problema nadie nos va a ayudar’”, cuenta. Y junto a ella, María del Carmen San Miguel recuerda que nadie les hacía caso a las del pueblo vecino. “Ellas lo que peleaban era el desasolve del arroyo, porque cuando llovían se les inundaban las casas por los tajos, entonces, lo que peleaban era el desasolve porque no sabían que un tajo no debería estar cerca de las casas”.
Así llegó el día en que en que Martha y sus vecinos se tuvieron que plantar entre la pala de una retroexcavadora y las casas para evitar que fueran destruidas. Es trillado, pero decir “sobre su cadáver” no podría describir mejor la escena.
Martha frente a la retoexcavadora es la “the unknow rebel” (el hombre que se paró frente a una columna de tanques en la Plaza de Tiananmén en 1989). Siempre va acompañada de María San Miguel y Norma Saldaña, avisa al cura para que sepan donde está y se encomienda a Dios.
“Si supieras lo que tengo que hacer para ir a parar un tajo. Dios bendito. Me da diarrea. Es el miedo que tengo aquí (se toca el estómago) porque no sé qué es lo que me espera, porque nos mandan trocas con pelados. Y cuando ya nos vamos digo: ‘no, espérenme’ y de nuevo al baño. Es el miedo y el terror que traigo (…) Nosotros tenemos que ir primero a la iglesia, que dios me perdone, pero estar de rodillas y decirle: ‘señor, protégenos, que la pedrada que nos llegue no nos vaya a dar, y ahí vamos a estar peleando por nuestros derechos’. Luego vamos al tajo, a veces estamos tres y vemos al hombre de la máquina que mueve la máquina y nosotras paradas agarradas nada más, pensando por donde va a pasar la máquina, y el hombre encendiendo y levantando el cucharón. Ella (señala a María) cantando el coro de la iglesia, yo así tomando los videos, ella que es cristiana (apunta a Norma), haciendo oración, y yo tomando el video. Me preguntan: ‘Martha, ¿tienes miedo?’ No, digo. Pero siempre tengo miedo”.
Le pregunto que si no les daba miedo también la amenaza de los zetas, con todo lo que hicieron en la región. Y recuerda el día que fue con el alcalde a denunciar lo que pasaba en el pueblo y en respuesta le mandaron una amenaza.
— Sí, nos asustamos, porque uno de los muchachos que venía allí lo conocíamos y trabajaba para los zetas. ¿De qué sirve unirnos, si nos van a venir a matar?
— Queríamos decirle al muchacho: tú nos conoces, porque fue albañil en mi casa y trabajó en la capilla – interviene María —. Era un buen muchacho que cambió. Así que queríamos ir a hablar con él y decirle que nos echara la mano porque iban a tirar nuestras casas. Pero luego él desapareció.
— Una de nosotras, que fue María dijo: ‘Yo no quiero vivir así, ¿tú quieres vivir así?. Nos van a tumbar nuestras casas, ¿vamos a vivir aterrorizadas siempre?. Hay que enfrentarlos, vamos a unirnos’… Y empezamos nuestra lucha dejando el miedo a un lado y uniéndonos.
A Martha, algunos vecinos la tacharon de revoltosa. Le dijeron a su mamá que hace cosas malas. Ella no entiende y llora. Dice: “si a ellos les quisieran tirar sus casas harían lo mismo. La casa es importante porque hay están los recuerdos de la familia. ¿Cómo va a permitir uno que tumben el lugar donde pasaron tantas cosas?”.
¿Tienes miedo? – me preguntan frente a la máquina.
-No, digo. Pero siempre tengo miedo.
Cuando la activista Cristina Auerbach llegó a Cloete, en febrero de 2015, les enseñó que la lucha en contra de las empresas mineras debe ser peleada con argumentos, con las leyes, en paz; de otro modo no podrían ni siquiera pensar en ganarle a los señores del carbón.
Auerbach es una activista de la Ciudad de México que ha guerreado años por los derechos de los trabajadores de las minas de carbón. Venía de la lucha de la organización Familia Pasta de Conchos contra Grupo México, la empresa del segundo hombre más rico del país, Germán Larrea, que se ha dedicado a extraer carbón en condiciones de trabajo paupérrimas. Esto ocasionó, en 2006, la muerte 65 mineros, que quedaron enterrados en la mina Pasta de Conchos, a menos de 10 kilómetros de Cloete; una década después, 63 de los cuerpos siguen en la panza de la mina, y la empresa nunca fue sancionada, ni investigada. Y desde entonces, van más de 100 mineros de carbón muertos en “accidentes” (que los activistas renombran siniestros). El último fue Marcos Sosa García, quien murió en un pozo ilegal propiedad de Ramos Jiménez el 6 de junio pasado. Grupo México sigue en el productivo negocio del carbón y el mercado minero se ha extendido.
Auerbach, de rasgos finos y una velocidad tremenda para hablar y reaccionar, llegó aquí por casualidad cuando guiaba a una periodista por la zona y por equivocación llegó a la calle donde vive Matías Zamora. Era el 4 de febrero de 2015. Ahí encontró a un grupo de pobladores que bajo la lluvia fría enfrentaba a una retroexcavadora que quería tirar sus casas por instrucciones de un supuesto comprador: Servando Guerra. Ese mismo día, ella “rentó” por 500 pesos una de las casas que estaban en la fila de la retroescavadora. Le colgó un letrero que decía “Oficina” y otro que decía “Biblioteca” y en un trozo de lámina pintó con un plumón: Familia Pasta de Conchos. Luego, le dijo al emisario de la empresa: “Háblale a Servando, dile que está aquí Cristina Auerbach, Es mi nueva oficina, no la puede tirar”.
La activista se propuso dejar escuela y durante semanas puso a todos a estudiar mapas y documentos. Empezaron por la Manifestación de Impacto Ambiental, que aquí es regional, y encontraron 3 renglones que decían que no se pueden hacer tajos a menos de 350 metros lineales de la última casa. “De ahí ya no nos movieron”, cuenta ella, sorprendida de encontrarse con tajos que ni siquiera tenían documentación en regla. Algo que no es tan difícil en este pueblo, donde los empresarios son también políticos y son funcionarios. “No es que te enfrentes a una empresa, sino que te enfrentas a una empresa que es del papá de un diputado, en la concesión del primer regidor del cabildo, que tiene la policía municipal, y entonces, se nos empieza a multiplicar el problema porque ellos son todo aquí: son dueños de las periódicos, de las tiendas, de los tajos, de las alcaldías de los puestos del gobierno”.
¿Cuál es la estrategia? Que tengan información
Detener minas se volvió más fácil con Cristina a su lado. “Nadie sabe lo que no se te enseña, si nunca habían tenido a la información cómo iban a saber los pobladores qué era legal y que no era legal, qué era correcto y qué no era correcto. Entonces, ¿cuál es la estrategia? Que tengan información”, dice ella.
Ahora Martha lleva bajo el brazo su manifestación de impacto ambiental como quien lleva una escopeta. Luego dispara: “la minas no pueden estar a menos de 350 metros de las casas”, repite de memoria.
Los pobledores de Cloete habían notado que los funcionarios se envalentonaban más con los hombres y que a las mujeres solo las agredían verbalmente. Entonces, las mujeres tomaron la batuta en la batalla.
Eso provocó, en marzo de 2015, una escena de caricatura: Antonio Neri Maltos, diputado del PRI, ex alcalde de Sabinas (hijo de otro exalcalde), y propietario de la maquinaria en un tajo al norte de Cloete, envió a 7 supuestas esposas de los 3 únicos trabajadores de las mina a enfrentar a las mujeres de Cloete y se armó una batalla campal. Martha y las demás pidieron ayuda al sacerdote, que a su vez le habló a las monjas, que se pusieron en oración, mientras en el tajo volaban piedras por todas partes. Hasta allá llegó la Fuerza Coahuila (policía estatal) a defender a las falsas esposas de los mineros, que luego fueron identificadas como priístas. Y todo se detuvo cuando llegó Cristina Auerbach acompañada de los policías federales que tiene de escoltas.
Ella tiene medidas cautelares y no se pueden acercar ni a ella ni a sus casas ni a su oficina. “Por eso les revienta mi presencia aquí –dice-, por eso hacen campañas que dicen que no hagas caso a los activistas que vienen de fuera”
Después, comenzaron a llegar denuncias en contra de los opositores de la mina por despojo, por secuestro, por robo. Auerbach apareció en los medios de comunicación locales acusada de extorsionar al regidor, robarse las pensiones y estar involucrada en redes de trata. Luego, lo empresarios llegaron a la unidad Infonavit con una propuesta de compra, pero los sacerdotes convencieron a la gente de que era un engaño. Así siguió la dinámica hasta entero de 2017, cuando los pobladores de Cloete echaron del pueblo a un grupo de militares que los amenazó con detenerlos si no levantaban un plantón que tenían para detener la mina del tajo norte.
Era invierno. En esa época, el frío desértico de Coahuila cala y entume los dedos. Con una fogata, los vecinos acamparon entre la máquina y las casas. La maquinaria pertenecía a la familia de Antonio Nerio Maltos y la concesión es de Álvaro Jaime. Los acusaron del secuestro del maquinista y Servando Guerra llegó con los militares. Cristina Auerbach llamó a periodistas de la capital del país y en una hora comenzaron a circular una nota de la Revista Proceso.
“Algo que hemos aprendido es ir haciendo alianzas. Hay empresarios y funcionarios que nos pasan información”, dice Auerbach. “Son herramientas que te permiten ponerte al tú por tú con ellos. Por ejemplo, conseguimos el celular del gobernador de los delegados de todos, y les marcamos. Ellos no esperan que tú tengas esos teléfonos. Tener la herramienta legal, saber quién es responsable y, sabiendo que el sistema no funciona, valerte de eso para enfrentarlos”.
La última vez que nos vimos, Cristina me llevó a comprar pollos asados para comer y aprovechó el regreso a casa para pasar a una mina a advertir a uno de los propietarios que ella lo iba a estar vigilando, que lo que estaba haciendo al final de cuentas no iba a hacer negocio.
EL tajo Cloete Sur, que pertenece a Armando Guadiana, comenzó a ser cubierto después de la publicación
¿A dónde va a dar el carbón que sacan en el pueblo de Martha? Lo compra el gobierno del Estado de Coahuila para luego revenderlo a la Comisión Federal de Electricidad para la generación de energía. La CFE no supervisa ni de dónde ni cómo se extrae el carbón que compra.
A diferencia del multimillonario Larrea los empresarios del carbón en Coahuila, son familias locales que han estado en el negocio por generaciones. Y muchas de ellas tienen intereses en Cloete: Álvaro Jaime es primer regidor de Sabinas; el ex alcalde Jesús Montemayor es ahora delegado estatal de la Secretarìa de Comunicaciones y Transportes; Antonio Nerio Maltos, diputado local del Pri.
Y otro empresario minero, Armando Guadiana, fue candidato de Morena a la gubernatura del estado. Guadiana es un ex priísta que se anunciaba en campaña como un implacable combatiente de la corrupción. Así que las elecciones fueron el timing perfecto para echar del pueblo su mina, que estaba en el tajo sur del pueblo y que violaba la MIA.
Guadiana abandonó el tajo cuando fue expuesto en medios, y otros empresarios también se fueron por miedo a ser señalados.
Las mujeres han tomado la batuta de la batalla.
Auerbach cuenta que el trabajo menos supervisado es el de estos pequeños empresarios, incluso, en muchos de los casos las compañías operan en la ilegalidad total: “se me hacía increíble que no cumplieran con la Manifestación de Impacto Ambiental, ahora imagínate que no lo tuvieran”; o hay casos más extremos donde explotan el carbón sin tener concesiones mineras: “Eso es robo a la nación, pero en el negocio del carbón hay un vacío de estado”.
Ahora, el tajo Cloete Norte está cancelado y en mayo se retiró la empresa de Cloete sur.
Auerbach reflexiona: “Cuando yo llegué aquí estaban todos bien asustados. Les decía: ‘ustedes no se ven, cuando uno va por la carretera no te imaginas que allá abajito a 20 metros hay un pueblo viviendo. Hay que subirnos, que nos vean, entonces siempre tenemos invitados estrellas. Rompimos ese cerco que había sobre Cloete’”.
Los vecinos de Cloete saben que las compañías mineras volverán porque ahí seguirá el carbón, pero también estarán ellos ahí para defender sus casas.
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