Contra Seymur Espinoza denunciaron al menos cinco estudiantes y egresadas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Ninguno de estos testimonios procedió, ya que pasó más de un año de los hechos. La única manera que las autoridades de la Facultad tuvieron para sacar al profesor de las aulas fue una denuncia por irregularidades laborales
10 de octubre de 2017
Texto: Lydiette Carrión y Celia Guerrero
Fotos: Erika Lozano y Diana Esbrí
Las llamaban las seymur–chicas. El profesor se refería a ellas como su “harem”. Todos en la carrera de Ciencias de la Comunicación sabían que le gustaba acosar a sus alumnas. Sostuvo relaciones abusivas con al menos una. Seymur acosó sexualmente, maltrató psicológicamente y explotó laboralmente al menos a cinco alumnas (las que se atrevieron a denunciar). La UNAM lo despidió por trabajar en horas de clase.
Una joven a la que llamaremos Diana, fue su alumna, su adjunta, y trabajó varios años con él. Las fechas no están claras, pero debió haber sido su alumna por 2013. Sufrió su acoso, su explotación. Ella explica cómo fue que la enganchó: era uno de los mejores maestros, uno de los pocos que enseñaba herramientas de estadística y programas de procesamiento de información actualizados en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Su clase era buena, interesante. Pero además, su historia de vida lo volvía aún más atractivo: un origen humilde y difícil. Narraba a sus alumnos cómo llegó desde Oaxaca, y vendía estropajos para mantenerse.
Otras de las chicas que lo denunciaron narrarían lo mismo. Una joven que fue su novia y sufrió toda clase de abusos sexuales, hizo público su caso el 19 de octubre de 2016, en la revista electrónica La que Arde [https://www.laquearde.org/2016/10/19/seymour-espinoza/ ]. Ahí contaría cosas parecidas, como el discurso biologicista de la vida que Seymur siempre tenía: machos alfa, exitosos, poderosos; mujeres beta, guapas y “putas” (SIC), mujeres beta, buenas sólo para tener hijos y cuidar… Pero toda esa charlatanería se legitimaba frente a sus alumnas y alumnos por el hecho de ser profesor. “Es algo que ocurre mucho en la universidad. Para los estudiantes, él debía saber lo que estaba diciendo. Entonces no puedes dudar”, explica Diana.
Seymur generaba un sentido de competencia entre varios alumnos, quienes necesitaban sentirse validados por él. Seleccionaba a los mejores promedios para proyectos de investigación, y generaba la percepción de que trabajar con él era un signo de ser exitoso, de tener futuro. Por todo ello, Diana le echaba muchísimas ganas a la clase, aunque siempre supo que algo no estaba bien.
“Siempre sentí sus miradas lascivas, desde el primer día que entré al salón de clases”.
En una ocasión, recuerda Diana “me estaba haciendo una entrevista de vida en la cafetería de Políticas, me agarró la mano y me dijo: ‘vamos a tomar un café’. Ahí se me prendieron todas las alertas, pero dudé. Pensé: ‘este maestro es muy buen maestro, no puede ser una mala persona’.”
Desde entonces Seymur la buscó insistentemente: vamos a comer, a cenar, a desayunar. Y Diana trataba de decirse que quizá la iba a invitar al equipo de investigación. Así que le preguntó a un compañero que ya se encontraba en el equipo de investigación cómo lo habían invitado. Y éste dijo: “Me llamó Seymur por teléfono y muy profesionalmente me preguntó si quería ser parte”.
Diana se hizo a la idea de que estaba pasando algo más. Poco después, Seymur la contactó por Facebook y la invitó a cenar:
–Sí, deje invito a mis compañeros.
–No. Tú y yo.
Diana respondió:
–No pensé que usted tuviera estas intenciones.
La respuesta de Seymur fue negarlo:
–Pero qué te pasa, yo lo único que quería era involucrarte en mi equipo de trabajo, es la manera en la que yo le pido a las alumnas que se integren cuando tienen potencial. Mira, olvídate de esta oportunidad.
Días después, otro alumno llamó a Diana para invitarla al equipo de investigación. Y así pasó de ser su alumna, su empleada, su adjunta, su trabajadora en una consultoría privada de imagen y comunicación política, que recibía trabajo de algunas ramas del presupuesto federal.
Una vez trabajando “por fuera” de la UNAM, el trabajo se multiplicó al infinito. Al inicio las cosas eran muy informales, no existía una oficina como tal. Así que se reunían en cafeterías Vips, a diferentes horas del día. Diana terminaba regresando a su casa a las 12 de la noche y Seymur le daba un aventón.
“Era un acoso muy directo. Yo no puedo decir que no estaba consciente del acoso. Pero tenía miedo de encararlo: ‘esto es acoso’, porque él iba a decir que no era cierto. Yo necesitaba el trabajo, aunque me pagaban muy poco. Lo más que llegué a ganar fueron 8 mil pesos, por jornadas muy largas. Literalmente no teníamos vida. Y todo el tiempo estábamos con él [en la escuela, en clases, fuera de clases, en el trabajo]. Y él sabía dónde vivíamos, con quién. Nos hacía muchas preguntas de nuestra vida: con quién vives, qué te interesa de la vida… yo siento que hacía perfiles de nosotros”.
No trataba acosaba a todas sus estudiantes. Diana explica que sabía con quién meterse: las que tenían baja autoestima, algún antecedente de violencia. Y usaba distintos métodos de control: “En mi caso, era… siempre: premio y castigo. Cada vez que yo lo rechazaba, desprestigiaba mi trabajo, me dejaba de hablar, menos paga…”.
Y mantenía el control mediante la máxima: “Divide y vencerás”: utilizaba a alumnas para espiar a otras, hacía que se odiaran entre sí. Y también amenazaba; una vez le dijo a Diana: “yo tengo forma de revisar sus llamadas, porque tengo alianzas con el PRI”.
Finalmente Diana renunció, logró zafarse. Pasó el tiempo, y algunas de las chicas que habían sido sus enemigas mientras trabajan con Seymur se fueron acercando: a todas les había pasado cosas similares, acoso, humillación, el ponerse a trabajar unas contra otras.
Pasó el tiempo y llegó la presentación del Protocolo de Género en la UNAM, en agosto de 2016. Dos meses después, en octubre, una de las chicas violentadas por Seymur hizo pública su denuncia y otras jóvenes más se sumaron.
El caso prendió como hierba seca en la Facultad, porque sí, todos lo sabían, Seymur era un acosador.
Las jóvenes que se unieron buscaron opciones: primero vieron a una abogada. Aunque había datos para proceder penalmente, los casos se habían llevado a cabo años atrás y ya habían prescrito. Entonces autoridades de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales se les acercaron.
Pero comenzaron a ocurrir cosas extrañas. Por ejemplo, llamaban al teléfono del trabajo de Diana, preguntando datos de ella. Llamadas anónimas. ¿De dónde venía esta amenaza? ¿Eran ciertas las amenazas de Seymur?
Las denunciantes sintieron miedo y decidieron no ir directamente con las autoridades de la Facultad, sólo tuvieron contacto vía telefónica.
Les pidieron pruebas: fotos, videos. “Lo más que teníamos eran algunos audios, mensajes”.
“Recuerdo que [todo el proceso] fue muy violento para mí, buscar las pruebas. Yo me sentía muy culpable de haber soportado tanto tiempo. Ya de ver toda la historia junta desde lejos, fue para mí un shock”.
La directora de la Facultad les propuso un careo con Seymur.
“No accedimos.”
Entonces fueron a la Unidad de Género de la universidad: “Nos dijeron: ‘¡vengan, vengan ya!’. Fuimos, llevamos nuestras pruebas, nuestros testimonios. Y nos dijeron: “Aquí, por el protocolo, prescribe en un año”.
Todos los casos tenían más de un año de haber ocurrido. Las jóvenes insistieron: “nos costó mucho trabajo procesarlo, reunirnos, sanarlo. La compañera que tuvo la relación sentimental con él, la destrozó completamente. Ella no se podía titular porque era su asesor de tesis… ni podíamos venir antes.”
Ahí, en la Unidad de Género les dijeron: “La prescripción es al año. El sindicato así lo pidió.” Y agregaron: vengan con un caso actual. No pueden hacer denuncia colectiva. Pero sus testimonios servirán para un caso actual.
“En aquel momento, Seymur andaba con su adjunta, e igual: la explotaba laboralmente, sexualmente, en todos los sentidos. Y nosotros les decíamos [a la unidad de Género]: ‘Si usted van a su salón de clases se va a encontrar con esta alumna. Todos lo saben. Alguien tiene que ver lo que está pasando.’
Y las abogadas respondieron: Esta persona [la adjunta que en aquel momento estaba siendo explotada] va a tener que confrontarse o conciliar. No es tan grave para que lo despidan, y ustedes no pueden hacer nada.
El acoso, en términos del protocolo, no era tan grave.
Pero en la facultad se había hecho un caos, compañeros que todavía trabajaban con Seymur les decían que él estaba nervioso, y que sí estaba investigando quiénes lo denunciaban. Otras alumnas las contactaron con una profesora y esta a su vez, con el abogado de la Facultad de Ciencias Políticas, un hombre llamado Horacio, que trabajaba 12 horas diarias. Diana lo recuerda como un hombre poco conocedor de género, poco sensible, pero buena personas.
Denunciaron cinco jóvenes egresadas. Pero, legalmente no se pudo sostener el hostigamiento sexual. Sólo la parte laboral: por medio de los mensajes y audios concluyeron que Seymur estaba afuera de la universidad, trabajando en su empresa privada, cuando debía estar impartiendo clases; además de contratar a quienes todavía eran alumnos suyos.
Por esas fechas, las estudiantes de Ciencias Políticas hicieron un escrache: era abril de 2017 (ocho meses después de la adhesión del Protocolo). Las jóvenes, con rostros cubiertos se apersonaron en el salón de clases de Seymur. Lo señalaron por acosador.
“Fue una cosa muy interesante, el verlo arrinconado. Y fuimos nosotras, las denunciantes y unas chavas que no lo habían conocido.”
Días después, Seymur fue despedido. Las autoridades de la facultad, el abogado, nadie les informó a las denunciantes. Ellas se enteraron por sus propios medios, amigos de la escuela les platicaron cómo un día llegó Seymur al salón de clases y empleados de la universidad no lo dejaron entrar. Cómo le informaron que ya no formaba parte de planta académica y cómo Seymur, el biologicista, se fue furibundo e indignado.
Pero las autoridades jamás hicieron pública la razón del despido; entre las estudiantes se sabe que, al menos legalmente, no se debió a la violencia sexual.