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Mujeres ante la guerra

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Las desplazadas se arman a diario


El desplazamiento forzado por la violencia desintegra pueblos, familias y lo más íntimo de las personas: el sentido que han impreso a su vida. Estas mujeres de Sinaloa que fueron obligadas a dejar casa y recuerdos, toman los pedacitos en que se han convertido y se reconstruyen a diario para continuar. Al hacerlo, lo hacen también con su comunidad

Texto: Celia Guerrero. Fotografías: Juan Carlos Cruz. Producción de audios: Jade Ramírez Cuevas Villanueva.
5 de Febrero de 2017

El lugar es una colonia periférica de una ciudad de Sinaloa donde no todas las calles tienen pavimento y no todas las casas están numeradas. Por ello, al no encontrar la dirección nos detuvimos en un negocio a preguntar.

—¿A quién busca? —contestó dudoso un hombre.

Le dimos el nombre.

—¡Ah, sí! La exiliada —dijo con naturalidad y nos indicó cómo llegar al sitio.

Si Esperanza, la mujer que buscábamos, se considera o no una exiliada depende de su noción de patria, si atendemos al significado estricto de la palabra. Pero ella está a tan solo horas del lugar de donde nació, vivió durante más de 50 años y huyó hace cinco. Ella prefiere definirse como una desplazada interna.

Haber sido arrancada de su vida anterior, hoy la redefine. Pasó de ser una mujer comerciante en una comunidad serrana del municipio de Sinaloa de Leyva, a una férrea defensora de los desplazados. Es una mujer pequeña de rasgos delicados, de personalidad alegre y voz suave, pero cuando habla de defender a los sin tierra su actitud cambia, su discurso es incendiario.

Se hizo defensora sin darse cuenta, al intentar volver a su comunidad, Ocurahui, junto a otras familias desplazadas; cuando supo que el retorno era imposible, se enfocó en buscar ayuda para reconstruir su vida y las de quienes estaban en la misma situación: ha realizado censos de desplazados internos de Sinaloa; ha expuesto la falta de reconocimiento del problema en foros internacionales y federales, y por ello ha sido retenida y amenazada por criminales. A la par lidia con la fibromialgia, que se agudizó desde que tuvo que huir de su comunidad.

Las mujeres desplazadas sienten que su voz es desestimada. Una de ellas cree que, “con tanto muerto diario”, a nadie le importa lo que más le duele: los retratos que quedaron colgados en las paredes de su casa abandonada. A más de una le duele lo mismo: los recuerdos. Otra dijo, mientras pedía perdón por llorar y se cubría el rostro: “A nadie se lo había contado”, porque nadie se lo había preguntado. La otra pidió apagar la grabadora para narrar un detalle de la coalición de autoridades con grupos criminales; no quería exponerse, pero necesitaba señalarlo.

I. Previo a la salida


Vivíamos muy a gusto porque allí era pura familia, donde vivíamos era pura familia. Allá se sembraba que maíz, allá que el frijol, de todas las verduras uno sembraba allá. Sembraba que huertas, que todo eso. Y pues no sufría uno, y aquí no. Estaba uno acostumbrado que todo lo que va a comprar aquí, todo lo siembra uno allá. Se ponían a ordeñar y hacía queso, la leche nunca nos faltó para las criaturas porque tuve 16 hijos. Por esa parte no sufríamos. Si nos hacía falta algo, vendía mi esposo un becerro, una res, por decir, y ya para comprar lo que hacía falta. J

Como en junio se veían pasar los carros. Ya la gente tenía miedo porque pasaban los carros llenos de gente armada que… de verlos nada más, daba miedo. En septiembre mataron a un muchacho y era una persona nosotros conocíamos, no se metía con nadie, y lo mataron… lo mataron bien feo. Ya de ahí sabíamos que en el rancho vecino la gente dormía afuera de sus casas, tenían ya mucho miedo… como al mes que mataron a ese muchacho, mataron a un tío mío… una noche antes mataron a otro señor que venía de trabajar… ya el que mataran a la señora fue el detonante. Nadie está a salvo. Nadie está a salvo y lo mejor es salirnos en lo que pasa esta situación. R

Llegan los grupos armados y toman posesión de sus casas, de sus tierras, de sus animales, y quieren que ellos trabajen para ellos sin paga alguna. Es gente que les gustaba trabajar y vivir de lo que ellos hacían, pero no es justo ni lógico que alguien llegue a tu casa y te diga: “Ahora yo soy el dueño y vas a trabajar para mi”, y es como lo están haciendo. Y si no, el que dice que no, lo matan. Entonces mucha gente lo que hace es mejor huir, salirse de ahí y empezar de nuevo. U

Habían matado a un señor, se escuchó la ráfaga, lo recogieron hasta el otro día en la noche. ¿Quién se iba a arrimar a recogerlo? Nadie… Las puras mujeres íbamos y recogíamos los cuerpos, éramos las valientes. Los hombres, nadie se arrimaba por el temor que los mataran ahí mismo. Entonces las mujeres nos dábamos valor unas a otras para ir a levantar los cuerpos. M

Nosotros hacíamos los fines de semana carnes asadas con los maestros de la primaria y el doctor, y bromeábamos al respecto porque nunca pensamos que fuera a llegar a tanto, como en las otras comunidades que escuchábamos que no dormían. Al doctor le hacíamos bromas: “Doctor, si llega a haber algún agarre, usted sin zapatos salga corriendo porque lo van a querer llevar a darles auxilio”. De hecho, el doctor, cuando fue el primer muerto, él se vino, tuvo miedo. Nosotros le decíamos de broma, pero de buena suerte que se vino porque si no lo hubieran podido tomar como rehén para que curara a sus heridos o algo. Una maestra decía: “Yo duermo con los zapatos puestos y una mochila en la cabecera con botellas de agua porque voy a correr por el panteón, y si me pierdo, pues que el agua me dure lo que tarden en encontrarme". Y así, hacíamos bromas, viéndolo como algo que no iba a suceder, por eso bromeábamos. R

Ellos matan gente y saben que de volada la gente se sale, y ellos aprovechan para llevarse lo que tiene uno de valor en la casa. Más antes había fiestas, bailecitos… todo tranquilo, todo bien. Y de un tiempo acá, ya a la gente le daba miedo hasta prender luces en las casas. Ya les daba miedo. Empezaron a matar gente… matan a alguien y toda la gente echa a correr… a la que le da tiempo, echa a correr. J

PREVIO A LA SALIDA
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II. El día de la salida

 
Los niños llegaron a la escuela como cualquier día normal y ya los maestros estaban sacando boletas, todo. Mandaron a los niños a que les hablaran a los padres para avisar que ellos se iban en lo primero que saliera de allá. A alguien se le ocurrió decir que iban a llegar los del grupo. ¡No, pues, imagínese! Se hizo la desbandada de gente… Una cosa que yo no deseo ni acordarme. Ver a la gente que decía, “Llévame, llévame, necesito irme”. La gente que no tenía para echar gasolina en las mismas tiendas le decían, “Éche gasolina, llévese a la gente”. Así salimos, no pensábamos en qué se iba a quedar, en qué nos íbamos a traer ni nada. Lo único que queríamos era venirnos. ¡Quién iba a acomodar! Habíamos atizado la hornilla en la mañana y se quedó con la lumbre y el desayuno a medio. M


Recibí una llamada como a las cuatro de la tarde y me dijeron que me fijara en lo que iba a pasar al otro día en el río. Y al otro día en la mañana estaba una muchacha de cinco meses de embarazo muerta en el río. Entonces yo dije: ¿Qué me quieren decir con esto? Pues que me van a matar o a mis hijos. Y fue cuando yo ya decidí salir. U

Pues bien asustados todo mundo porque una mujer… pues no, no había pasado que no respetaran la vida de las mujeres. Mi mami es viuda, sola si no estaban mis hermanos. Asustados todos, ¿qué hacemos? ¿para dónde agarramos? Le preguntamos a un vecino cercano que qué hacíamos. Nos dijo: “Nosotros nos vamos”, andaban ya echando maletas a un carro que tenían, y dice: “Yo les recomiendo que se vayan”. R

El día que salimos de mi comunidad, amanecieron tres personas de una misma familia asesinadas. Al venirnos nosotros, ahí quedaron los cuerpos. Estábamos enfermos de miedo. Ese día dejaron mensajes de que iban a reclutar a los hombres de la gente que se quedara, esa fue la amenaza más fuerte. Yo tengo dos muchachos que podían quitarme, tengo ocho hijos y hay familias hasta de 14. Algunos por voluntad decidieron unirse a esos grupos y no dejar sus casas. M

Todo lo que tenía en la casa lo perdimos, teníamos animales, terrenos, todo perdimos. Allá quedó todo. No se sacó nada por miedo, todo se perdió. Eso pasó en agosto, tenían siembra de maíz, y todo se perdió, animales y todo lo que había en la casa, todas mis cosas quedaron ahí. Yo nunca quise que vayan para allá a sacar algo, preferí mejor perder lo que había, que perder otro de mis hijos. J

EL DÌA DE LA SALIDA
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III. Un nuevo lugar

No nos caía el veinte, lo primero que pensamos fue pedir apoyo del gobierno, pensamos que nos iban a dar el apoyo y que nos iban a acompañar y regresar a nuestros pueblos, nunca pensamos que fuera a ser definitivo, conforme pasó el tiempo nos empezó a ganar la desesperación ya que vimos que no conseguimos nada. Empezamos a rentar casas y ahorita todavía hay familias que viven de dos o tres familias en cada casa para ayudarse con la renta. M

Allá uno le ayuda al hombre a trabajar en el campo también. Me gustaba mucho ayudarle a él a trabajar en el campo, ya cuando mis hijas crecieron que ya ellas se encargaban de cuidar a los más chiquitos, le ayudé a él en el campo. Sembraba uno chile, que frijol, que tomates, calabazas. Yo, me encantaba ayudarle a él a todo eso. Ha cambiado porque aquí no hace uno nada, uno ya está mayor, a uno ya no donde quiera le dan trabajo a uno, ya no. No es fácil para que le den trabajo a uno. Aparte de que no sabe uno leer, yo por lo menos no sé leer, más difícil es para mí porque la que sabe leer ahorita en cualquier trabajo es lo que te piden. J

Es horrible dejar todo, tu vida tus cosas, explicarles a tus hijos porqué te vas, ni siquiera explicarles porque ellos no te van a entender, llevártelos con engaños, que te vas a cambiar, decirles: “Vamos a tener una nueva vida”, cuando ni siquiera sabes a dónde te vas a ir, a dónde vas a llegar o cómo vas a enfrentar lo que viene… llegar a otro lugar y que los niños, más que nada, no entiendan. Te reclaman sus cosas, a sus amigos, el dejar una vida atrás, no poderte comunicar ni con tu familia. Es algo muy difícil. U

Pensábamos que iba a pasar, que los grupos (como se supone que eran problemas entre ellos) iban a tener sus encuentros y la gente que no teníamos nada qué ver íbamos a poder regresar y seguir nuestra vida. Pero no pasó así. Pasó una semana y nos tuvimos que venir para acá porque no se podía regresar y estábamos con unos familiares que no había ni donde quedarnos ni nada, dormíamos en el piso. Ya de una semana se fue prolongando, meses, años, y aquí estamos todavía, batallando y sufriendo. R

Yo sola me siento insegura de mí misma, si anda alguien conmigo me siento tranquila. Pero yo sola me da miedo andar. Yo sola, en la noche, si me subo a un camión no sé dónde me voy a bajar. Yo no sé leer, se me hace batalla. El año pasado me habló una muchacha en el centro para que le ayudara a hacer tortillas. Trabajé tres meses nada más, era muchisísimo, la verdad no aguanté. Y al último yo me venía en la noche y a veces no me bajaba en donde tenía que bajarme y, de repente, sabrá dios dónde andaba yo en la noche. Vienen los camiones llenos, no sé en dónde me voy a bajar… ya para andar yo sola, ya no. J

La vida aquí ya no es la misma. Allá estaban todos… Por ejemplo, mi mamá, nadie estaba acostumbrado a estar aquí. Mis hermanos nunca habían trabajado aquí, ellos nada más en el rancho y en el campo… y venirte aquí, sientes el cambio. Nada es lo mismo. Cuando estábamos allá, estábamos todos juntos y aquí pues no, tienes que buscarle la manera, trabajar, rentar. Al principio sí vivíamos como unos 14 en una casita de fraccionamiento. Era muy incómodo porque, acostumbrados a vivir en una casa grande y de repente hacer el cambio a una casita de INFONAVIT en donde éramos 13 o 16, y los que cabíamos en la sala, en la salita chiquita que tienen las casitas, teníamos que hacerlo de la manera en que se pudiera. Si fue muy difícil… teníamos que buscarle como pudiéramos. E

Hace cinco años tuvo que abandonar su casa después de que un grupo armado asesinó a tiros a su esposo de 77 años y a su hijo de 30. Ella solo pudo rescatar algunas de sus pertenencias, entre estas, las fotografías de sus familiares. Desde entonces vive en una casa de renta.


IV
. Lo irrecuperable


En mi jardín tenía muchos rosales, a mí me fascinan los rosales. Desde siempre, para donde salía siempre me gustaba pedir puños de matas para traer para la casa. Tenía unos rosales tan hermosos, bien bonitos, contra la casa, bien bonito tenía mi jardín… ya, todo eso, ahora nomás se acuerda uno de las cosas… porque a mí siempre me ha gustado el jardín. Y aquí ni para poner una mata porque, ahora estoy aquí y, ahí voy otra vez, igual pa afuera. Ni pa sembrar una mata de nada. J

Mi hijo me dice: “Mamá ya empieza tú sola, empieza de nuevo, quiero verte que te vuelvas a reír, quiero verte que seas feliz, quiero ver a mi mamá otra vez”. Yo creo que por ellos he empezado a tomar la terapia y a tratar de salir porque antes yo sentía que estaba en un hoyo negro, que no podía más. Hubo un momento en que dije… cuando mis hijos me decían que yo era la que los ponía en riesgo, decidí quitarme la vida. Estuve a punto. El niño más grande fue el que me encontró. Yo sé que todas esas cosas a mis hijos no se las voy a quitar, a borrar de la cabeza. Me da miedo que ellos más grandes tengan un problema y digan mi mamá pensaba hacerlo así. Son demasiadas cosas las que te quedan. No es un cambio de vida, es un… no sé cómo nombrarle… no es que te haya cambiado la vida, es que se te frustró. Te arrancaron. Te quitaron la manera de vivir. U

Teníamos como 50 vacas y otros animalitos… Mi pensamiento siempre fue vender todo lo que tenía uno y venir a comprar en donde vivir, pero no pudimos, no lo logramos. J

Pues… mi vida, el tiempo. Es una de las cosas que más duele. El tiempo que tuve que irme, los momentos que no pasé con mi abuela, porque ella está enferma, a ella le pegó alzheimer, ahora no me conoce, en ese tiempo ella todavía me conocía, ahora que regresé ya no sabe quién soy ni quiénes son los niños. Haber trabajado por la empresa pequeña que tenía y ahora ya no tengo, mirar cómo otras personas disponen de ella y ya no puedo hacer nada. Muchas cosas que, desgraciadamente, como te digo, el tiempo ya no se recupera. Ya no puedes hacer nada. U

La comunidad estaba desolada. Estaba igual de bonita que siempre, pero diferente porque ya no estaban las personas que vivían cuando nosotros estábamos allá. Fue como si hubiera sido otro lugar. Había gente, poca, pero sí había. Las casa algunas quemadas, saqueadas. Mirábamos por los patios la ropa tirada, pedazos de muebles, de cobijas, loza, como que sacaban y ahí iban dejando tirado. Algunas casas sin techo, sin lámina, sin ventanas, sin puertas, de lo que se veía a simple vista por la carretera. No nos atrevimos a… a andar husmeando porque íbamos con miedo y todo. Mi casa era de adobe y lámina de cartón, y ya se había caído un poquito de lámina, se estaba cayendo. Igual, todo lo que dejamos tirado por el patio y por todos lados, la ropa de la niña, una base de una cama que no pudimos sacar, desbaratada, como que la intentaron sacar y se desbarató. Todo abandonado. R

Su familia y sus vecinos resistieron el clima de violencia lo más que pudieron para no abandonar sus casas. Finalmente, ante una ola de asesinatos perpetrados en el marco de la “guerra contra el narcotráfico”, su familia y vecinos abandonaron sus hogares en enero de 2012. Desde entonces vive en una casa rentada en en compañía de uno de sus hijos y su gato.  
 

V. Los olvidados de la guerra

 
Cuando nos vinimos no sabíamos cómo estaba la situación, teníamos esperanzas, queríamos volver, no pensábamos que todo fuera a seguir y a llegar a tanto, tantos muertos y tantas cosas feas. Esperábamos apoyo del gobierno, esperábamos que la sociedad se conmoviera, se condoliera de nuestra situación, y nos han ignorado completamente. R

 
Yo tengo en los censos 516 familias que están sin ayuda de nadie a disposición de lo que ellos puedan hacer, que no es mucho porque hay personas que ni el español te saben hablar, hay tarahumaras, hay personas mayores, hay niños huérfanos, hay viudas. Hasta ahorita no tienen ayuda de nadie. U

Por una parte, el gobierno tenía la obligación de cuidarnos. Y nosotros también como personas, como comunidad, debimos habernos unido y no permitir que sucedieran esas cosas… no sé. Pero igual, también pienso, ¿qué podíamos hacer? Si denuncias, están coludidos, más tardas tú en hacer una denuncia que en llegar a reclamarte porqué denunciaste. También pienso, no se podía hacerle frente a esas personas y estar viviendo con miedo todo el tiempo, esperando que en la noche te lleguen a matar a ti o a tus familiares, tampoco es posible. R

Viera los militares todo lo que hicieron, acabar de saquear las comunidades… ¿Cómo es posible que en vez de darnos la protección que nosotros necesitamos hagan eso, traerse nuestras cosas? Se están trayendo nuestras cosas, las tranvías esas grandes que tienen, las veían pasar llenas de tinacos, de plantas solares, de muebles, con las pertenencias de nosotros. M

¿Por qué no se fijan en lo que uno deja, y que no está afuera porque tú digas “me voy a ir a cambiar de vida a otro lugar”?, estás fuera porque quieres salvar tu vida. Y ellos te empujan a que regreses, y ¿el regresar que implica? Tener otra vez miedo, volver a enfrentar todo y sin un peso porque lo poquito que tenías lo pierdes. Y ¿quién te lo va a reparar? Si hasta ahorita nadie ha querido reconocer. U

LOS OLVIDADOS
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VI. Desplazadas y defensoras

Me siento frustrada porque hemos hecho muchas cosas para que nos volteen a ver y se den cuenta de que no somos la bola de malhechores que dicen que somos, sino que somos personas que perdimos mucho y que tenemos sentimientos y necesidades igual de los demás… Tal vez [reconocer el desplazamiento] es algo que no conviene o simplemente somos un número más en la estadística, no importamos. R

Me siento decepcionada y dolida con el gobierno, pero me siento más preocupada porque no he logrado que esto se solucione, ya no es la exigencia de que se reconozca el problema para que nos ayuden, si no para que no siga sucediendo. M

Ser madre y mirar cómo sufrían muchos niños, muchas mujeres, mirar que eran niñas que tenían 13, 14 años, que ya eran madres de dos o tres niños y no sabían qué hacer ni con sus hijos, que no sabían ni hablar o pedir una cita médica, exigir que a sus niños se les diera una cartilla. Cosas así fueron las que me empujaron… muchas veces me puse en el lugar de esas madres que no hallaban qué o por dónde. Y el miedo, la tristeza, la angustia de haber perdido a sus parejas, a sus papás, porque muchas perdieron hermanos, su esposo. Y verlas cómo se formaban, cómo aun sin saber ni leer ni escribir trataban de salir adelante. La fortaleza que ellas tienen es en lo que yo pienso… U

Cuenta uno más con las mujeres que con los hombres, son más participativas las mujeres. De la mayoría de las familias desplazadas son las mujeres las que han sacado la casa, las que trabajan. Ahora sí se invirtieron los papeles, los hombres se quedan en la casa haciendo el quehacer y las mujeres trabajan. Y cuando no hay trabajo en el campo para los hombres, las mujeres somos las que sacan adelante. En las diligencias que yo he pedido que me acompañen ningún hombre… bueno sí, algunos, dos, pero la mayoría mujeres. En el estado las mujeres son las que se oyen que hacen más ruido que los hombres. No le puedo decir que porque no tenemos miedo a que nos maten porque ya no hay respeto por nadie. A nosotros como madres nos duele más todo, todo. M

Yo buscaba ayudar. En los ranchos todas las personas se conocen. Mi mamá tuvo restaurant muchos años y toda la gente iba a comer ahí. Después tuvo mucho tiempo la tienda Diconsa y conocíamos a la gente, sabíamos los que eran pudientes, eran alguien y verlos aquí envejecidos, enfermos, con la ropa rota, en huaraches, es algo bien difícil. Y yo tenía esa ilusión de poderlos ayudar… y tratar de evitar que la necesidad los hiciera aceptar las condiciones y volver, tratar de evitar que todos esos jóvenes se fueran, tomaran el camino de las armas, irse a la violencia. R

DESPLAZADAS Y DEFENSORAS
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VII. Lo aprendido

Yo cuando recién llegué aquí quería estar siempre oculta, lo menos que me pudieran mirar. Ahora ya he aprendido un poquito a volver a salir, protegiéndome, pero tratar de volver a hacer mi vida, que yo sé que ya no va a ser lo mismo, pero estoy tratando de volver a salir adelante. U

He aprendido muchas cosas, en ese tiempo nosotros no sabíamos ni siquiera cuáles eran nuestros derechos, no sabíamos que teníamos derecho a que el gobierno protegiera nuestras propiedades, por eso nunca lo exigimos… He aprendido que no se cuenta con el gobierno… He aprendido también a ser más valiente, será porque ya no puedo sentir más miedo del que sentí entonces, pero ya no vivo con el miedo, no se si será resignación o qué será pero ya no… yo no dormía esperando a que llegaran a matarnos o algo por lo que andábamos haciendo, pero ahora no, ya no, ya estoy tranquila… M

Aprendí a ser más humana a mirar la vida diferente, a tenerle amor a lo que en realidad yo creo vale la pena, amar mucho más a mi familia, disfrutarlos… Es una de las lecciones, valorar a las personas, el tiempo, valorar muchas cosas que a veces por andar ocupado se nos olvidan. U

Yo he dejado de tener miedos, porque el miedo es el peor enemigo y ayuda a que esto se siga dando, siga creciendo, porque mucha de la gente, de la gente mía no denunció las desapariciones, ni los asesinatos, prefirieron irse, irse lejos. Y de ahí se agarra el gobierno, si diciéndoles las cosas, haciéndoselas saber, no se logra nada, imagínese si por el temor se calla uno. M

Si se pudiera volver pienso que ya no sería igual. Desde mi punto de vista, yo no me iría. Si hubiera la oportunidad porque… yo no quiero que mi hija crezca viendo pasar gente armada y que sea algo muy normal, en el remoto caso de nada más ver. No quiero irme para que lleguen en la noche por mi marido para llevárselo a que vaya a cuidar con ellos, a que salga a tomar, a revolverse. Es algo que no estoy dispuesta a pasar. Ya me estoy resignando a quedarme aquí, trabajar, buscar la manera de salir adelante. R

El desplazamiento te desintegra tanto como familia, como persona. Te hace pedacitos… Yo siempre he dicho, las mujeres somos las que somos más fuertes… Muchas de las mujeres a lo mejor diario están hechas pedazos, pero diario se arman, al igual que yo lo he hecho, para salir adelante. U

LO APRENDIDO
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Nota 1:
Los testimonios de M, U, J, E, R son las voces entrelazadas de cinco mexicanas desplazadas internas por la violencia. Todas ellas huyeron y dejaron su casa para proteger su vida y la de sus familias; algunas, hoy son reconocidas activistas, otras prefieren el anonimato; viven bajo amenazas o con temor, por ello se omitieron nombres y otros datos referenciales.

Nota 2: Según la Agencia de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), un desplazado interno es la persona que se ve obligada a abandonar su lugar de residencia por las mismas razones que un refugiado (conflicto armado, violencia generalizada, violaciones de derechos humanos), pero sin salir del país, por lo cual queda bajo protección de su gobierno. La violencia en México dejó, entre 2011 y 2016, al menos 287 mil personas desplazadas internas, suficientes para ocupar 3.5 estadios azteca.

“La ausencia de reconocimiento oficial del fenómeno como un fenómeno nacional ha provocado la ausencia de protección y atención apropiada para los afectados”, advirtió la investigadora Laura Rubio en 2013. El gobierno federal insiste en que “si bien existe movilidad por causa de la violencia, ésta no es de carácter generalizado”.


Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la fuente.

Este reportaje especial fue realizado con apoyo del Fondo Canadá, para iniciativas locales.

“Este trabajo forma parte del proyecto Pie de Página, realizado por la Red de Periodistas de a Pie. Conoce más del proyecto aquí: http://www.piedepagina.mx".