Texto: Ximena Natera
18 de Diciembre de 2016
Un muro de miedo en la frontera sur
En verano del 2014 el gobierno de Peña Nieto lanzó el Plan Frontera Sur con la promesa de proteger migrantes. En realidad, se trata de una estrategia que busca contener el flujo migratorio a Estados Unidos a través del miedo y la violencia y que ha derivado en el aumento de deportaciones de centroamericanos del país.
El plan frontera Sur se presentó en Arriaga, Chiapas, como un puñetazo sobre la mesa: un impacto abrupto, rápido y ruidoso.
Fue la primera semana de agosto de 2014. Una docena de agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) respaldados por elementos armados de la Policía Federal hicieron una redada en la estación de trenes de Arriaga, el punto de reunión de los migrantes que toman el tren de carga para avanzar hacia el norte.
Mientras las patrullas de federales bloqueaban las calles aledañas, la policía irrumpió en un pequeño hotel frente a la plataforma central, sacaron a decenas de migrantes que esperaban, amontonados en las habitaciones, la salida del siguiente tren. La redada incluyó bares, botaneros, algunas casas de seguridad de los traficantes locales, los desayunadores de las avenidas principales y los parques que flanquean la estación. Operativos parecidos se repitieron en varios lugares de Chiapas y Tabasco, los estados donde inicia la ruta migrante centroamericana.
Sin embargo, según reportes de la agencia de noticias AFP, el INM detuvo solamente a 150 migrantes ese tarde. La mayoría escapó.
La verdadera sorpresa llegó la mañana siguiente cuando los voluntarios del albergue en Ixtepec, 150 km al norte de Arriaga, recibieron un tren vacío. Por la madrugada, el INM y la policía lo habían detenido en el monte para arrestar a casi todos los migrantes abordo, muchos de los cuales habían huido de la redada horas antes.
Lo que los activistas y voluntarios de los albergues entenderían meses después, era que esa mañana conocieron los dos principales ejes de acción del Plan Frontera Sur: Bajar a los migrantes del tren y alejarlos de la ayuda humanitaria.
El mensaje: “tengan miedo” funcionó porque en la ruta migratoria los rumores se mueven más rápido que sus viajeros.El plan de contención
Un mes antes de los primeros operativos, el presidente Enrique Peña Nieto decretó la Coordinación para la Atención Integral de la Migración en la Frontera Sur, un programa de reordenamiento de la región fronteriza. Fue la respuesta de su administración ante la crisis humanitaria que declaró Barack Obama por la llegada de 60,000 niños y familias centroamericanas a la frontera sur de Estados Unidos.
En el discurso de presentación Peña Nieto dijo que el programa prometía combatir a los grupos criminales que explotan a los migrantes; fortalecer la seguridad en vías ferroviarias y rutas migratorias, entre otros temas.
El discurso nunca empalmó con la realidad. En noviembre de 2014, por ejemplo, el albergue Hermanos en el Camino reportó un aumento en las agresiones a los migrantes, especialmente asaltos en comunidades como Chauites y Corazones, en Chiapas. Hasta ese día se habían reportado 200 casos.
Hasta un año después de presentarse, el Plan funcionó sin ningún documento que lo legalizara. Incluso Ardelio Vargas, el comisionado de migración y principal ejecutor en campo del programa, que como funcionario del Estado de México llevó a cabo el violento operativo de Atenco, reconoció durante una reunión privada con el padre Alejandro Solalinde y colaboradores, que no existía documento que respaldara el Plan.
Moverse entre las sombras
Desde noviembre de 2014 los voluntarios de la Casa del Migrante en Tierra Blanca, Veracruz, agregaron un nuevo artículo a su despensa, que compraron masivamente: pomada para aliviar pies cansados. En el refugio de Las Patronas en Amatlán de los Reyes, Veracruz, Domingo, un hondureño de 30 años, contó el martirio de recorrer el sureste mexicano.
“La pantorrilla es lo que más se cansa, pero lo peor son las piedras de las vías, ya no quiero pisar las piedras”, dijo. “Nos avisaron que la migra para el tren en la noche, en el monte”, dijo el hondureño mientras un compañero completa: “Nos dijeron que tienen perros, que andan con pistolas”.
Los migrantes no se arriesgaron y emprendieron la caminata por las vías para no bordear las carreteras donde abundan los retenes migratorios. Seguir los rieles es, pues, la única salida para la mayoría de los centroamericanos aunque hacerlo a pie resulta peligroso.
Las vías les alejan de los poblados o albergues y aumentan las distancias internándose en los cerros.
“Lo único que provocó (el PFS) fue que un viaje peligroso de 8 horas se convirtiera en uno muy peligroso de 12 días”, dice Jessica Cárdenas, trabajadora social de un albergue.
Caminar por horas, entre los arbustos y los pastizales, escondido y con miedo, lo hace a uno sentirse como un animal cuentan los migrantes. Se camina porque detenerse es peor, más temprano que tarde se acaba el agua y la comida.
En el verano la temperatura en el sureste suele ser de 40 grados con altos niveles de humedad, pues los migrantes deben cruzar zonas selváticas y costeras en tramos de más de 200 kilómetros.
El Plan Frontera Sur hizo más vulnerable a los migrantes en su camino por México. Quiso convencerlos de no tienen derecho al tren, ni al transporte, ni a pisar el asfalto, ni a un plato caliente de frijoles cada par de días o poder asearse.
Expandió el rumor de que su único derecho es caminar con miedo, mientras son cazados por el gobierno mexicano. Ése parece ser el mensaje de las autoridades a ellos. Ése su destino.