Investigación y redacción Ximena Natera,
José Ignacio De Alba, Daniela Pastrana, Edith Victorino
Fotografías: Ximena Natera, Robin Canul
Video: Robin Canul
Edición de foto: Duilio Rodríguez
31 de marzo de 2019
Los mayas son la cultura indígena más lejana a la extinción en México: son muchos (más de un millón y medio) y se entienden de muchas formas. La conservación del territorio y la lengua son centrales para su supervivencia. El arraigo al pasado sigue vivo y cada vez más fuerte entre los jóvenes, pero al mismo tiempo, están listos para los retos que plantea la modernidad. Frente a estas nuevas batallas, parecen decir: “Nosotros no somos los vencidos”
MERIDA, YUCATAN.- Los mayas son el pueblo indígena más utilizado como estrategia mercadológica. Su imagen ha sido utilizada para promocionar el turismo en el “Mundo Maya”, y también también para capitalizar proyectos de desarrollo como el “Tren Maya”.
El gobierno mexicano presume la riqueza de su cultura, pero les niega la posibilidad de existir en el presente y decidir sobre la forma de vida que quieren. Los ha confinado al pasado, a los museos, donde no estorben...
Los mayas no desaparecieron hace muchos años ni revivieron hace pocos. Por el contrario, existen y han existido durante miles de años: están en los resorts, donde atienden como mucamas o meseros del Mayan Palace. Viven en Nueva York o San Diego (California). Hay mayas que no han dejado su pueblo y otros que son albañiles, maestros, académicos, costureras, doctores, músicos, periodistas e historiadores.
Son poco más de un millón y medio de mexicanos que forman parte de la etnia más viva y menos dispersa del país; también es la que más fácilmente está reconectando a los jóvenes con su identidad.
Se conservan en la diversidad, caminan con el mundo; luchan contra el estigma que los categoriza y caricaturiza, y saben que para sobrevivir necesitan defender su lengua y su territorio. Así llegan al nuevo siglo un antropólogo, un empresario, un historiador, una defensora de la tierra, una periodista y un músico que no vivieron hace miles de años
En el siglo XXI, el dominio del Estado mexicano sobre el pueblo maya adquiere nuevas máscaras, nuevos nombres, asegura el antropólogo Alberto Velazquez. Pero al final, el objetivo es el mismo: explotar los recursos y la mano de obra. La marca Maya se vende en el mercado y se caricaturiza la identidad. El racismo se disfraza de clasismo y la marginación de un pueblo es un método para el saqueo. Frente a este escenario, el reto del pueblo maya es recuperar la autonomía
Texto: José Ignacio De Alba, Ximena Natera, Daniela Pastrana
Fotografías: Ximena Natera y Robin Canul
En la academia le llaman “discriminación de baja intensidad”, pero porque no llega a la xenofobia, explica Alberto Velázquez, antropólogo, activista y conductor de un programa de música en Yúuyum, una radio creada para recuperar el derecho de los mayas de Yucatán a comunicarse en su propia lengua.
En la vida diaria los mayas viven asediados por prácticas discriminatorias, dice Velazquez: “Discriminan y no se dan cuenta, es la forma de pensar de que las mujeres mayas solo sirven de empleadas domésticas y los hombres de jardineros o choferes, hay esa idea entre la gente no indígena”.
Mérida es la “ciudad blanca”, es decir, el sitio de los blancos. El lugar no está hecho para los indígenas. Ni las escuelas, ni las iglesias, ni los museos donde se exalta al maya prehispánico están hechos para los pobladores originarios. “Los espacios de dispersión son los centros comerciales y los mayas van, pero como empleados. Porque todo es tan caro que no vas a pasear, eso es parte del modelo de ciudad que se ha generado”.
La discriminación es una forma de dominio, encontrar la manera de que alguien no acceda a algo que sí debería, pero en México es sutil, la pobreza es homogénea y sega otras condiciones.
Foto: Robin Canul
Para Velázquez las políticas públicas reproducen ese trato colonizador: “no hay esa relación de iguales. El hecho que se hagan leyes que vayan desmantelando la autonomía de los pueblos es un ejemplo. En las comisarías ya no hay jueces de paz, ahora la gente va a Ministerios Públicos. Antes podías resolver los problemas en el pueblo, pero la justicia que vale es la justicia blanca, no la de los pueblos” que en muchos casos, apenas tienen servicios básicos.
“El modelo de desarrollo va enmascarando toda esa discriminación —insiste—. Es un sistema sumamente discriminatorio, todo está concentrado en la ciudad, los hospitales, las universidades”.
—¿El clasicismo es un racismo enmascarado? — se le pregunta.
—Sí, el racismo en México es bastante enmascarado, es muy sutil y no alcanzamos a ver que es racismo. Es más fácil que asumamos a la gente como pobre y no como indígena, lo hemos visto porque también el trato es diferenciado y eso es tan fuerte que la gente cambia sus apellidos mayas y los españoliza. La palabra indio todavía duele. El maya histórico no incomoda a este sistema. Por eso, el lugar más digno que el Estado mexicano ofrece a los mayas es el de los museos o la historia.
“El Estado va reproduciendo ese discurso y esa imagen del maya del pasado. Es decir, si yo tengo un carro o uso celular ya no soy maya, porque ya-me-de-sa-rro-llé, ya me superé, como si la modernidad te obligará a dejar de ser maya”
Foto: Ximena Natera
Velázquez explica que es justo en este punto donde se desdibuja la identidad maya que se plantea desde el Estado: “por ejemplo te dicen que tu pueblo ya no es maya porque tiene luz eléctrica o porque tienes carreteras. Para ellos, ser maya es vivir apartado y ese discurso es el que precisamente se usa para llevar megaproyectos o proyectos de desarrollo a las comunidades. Y si los mayas no quieren esos proyectos es porque son unos atrasados que no quieren el progreso”.
Un indigenismo a conveniencia. El maya permitido es el indígena del pasado, el que construyó Chichen Itzá, Uxmal. El maya del museo, pues. “Eso es lo que ha caricaturizado al maya”, insiste Velazquez.
Lo explica también como una forma de mercantilización de la cultura: “somos un producto de venta. Y hay cosas que le gusta a los empresarios y al Estado, por ejemplo poner una señora torteando tortillas… eso es súper vendido. Entonces cada vez vemos más en los restaurantes a las señoras torteando, como si fueran un animal en un circo. O, por ejemplo, el Tren Maya, ¿por qué le ponen así si no es para los mayas? Es como decir ‘El Mundo Maya’, lo relacionan con el pasado, le cae bien al turismo, es un producto que vende”.
Los gobernantes suelen hacer referencia a “nuestros mayas”, pero “los mayas no son de nadie”, replica el antropólogo. En realidad “el único maya que quiere el gobierno es el que baila jarana y el que es mano de obra barata”.
Foto: Robin Canul
—¿Choca lo maya con lo mexicano?
—Antes de ser mexicano soy yucateco, para mí eso ha sido súper complicado, porque no veo dentro de esa identidad mexicana algo que me identifique… Lo mexicano es ese “guadalajarismo” el mariachi, el tequila, cierto acento cantadito que no tiene nada que ver con lo que vivimos acá. La misma identidad yucateca es un mundo aparte. Lo más cercano que tenemos a la identidad mexicana es el guadalupanismo.
Entre los propios mayas hay una discusión sobre lo Maya. “El pueblo es el elemento identitario principal”, explica el antropólogo. “Dentro de las discusiones académicas o políticas no hay una forma de ser maya, pero sí hay discusiones sobre qué tan mayas eres, como si hubiera un mayómetro que lo pudiera decir; a mí a veces me preguntan mis apellidos y cuando ven que son castellanos me dicen: ‘entonces no eres maya’. Igual si preguntas en un pueblo: ‘¿eres maya?’ La gente suele responder ‘pues hablo maya’ o ‘soy mayero’ o ‘entiendo maya’. Al maya se le identifica mucho con la lengua. Y cuando se pregunta: ‘¿eres indígena?’ Eso nos cuesta aún más trabajo, la gente se puede llegar a ofender. La palabra indio todavía duele por toda la carga peyorativa.
Velazquez lo sabe bien. El tema de la identidad no es solo un objeto de estudio, sino un asunto que el propio antropólogo ha tenido que enfrentar. “Yo no me preguntaba de dónde venía mi familia. No me había cuestionado si soy Maya o no. Como nací en la ciudad no tenía ese referente del pueblo, pero a partir de que estudié Antropología empecé a preguntarme sobre eso, a hacer preguntas sobre mi familia, a hacer esa reconstrucción de mi identidad. Al principio no sabía cómo, me decía: ‘¿será que sí soy maya? ¿será que soy mestizo?’ Mi papá decía: ‘somos descendientes de mayas’, y yo le decía: ‘papá, no lo digas así. Parece que lo estás disfrazando’. Descubrí que los apellidos de mi abuela son mayas, era algo que no había preguntado, y cuando supe que mi abuela es de Ticul, me dio mucho gusto porque era el lugar que elegí para hacer trabajo de campo, cuando todavía no sabía que era el pueblo de mi abuela. También entonces empecé a recuperar la lengua”.
—¿Qué retos tienen los mayas en el futuro?
—Hay varios, digamos que el principal es que tenemos en el horizonte es el reconocimiento de la autonomía maya. Porque la relación del Estado con los mayas sigue siendo tutelar; ellos son los que dicen cómo tiene que vivir el pueblo Maya. Pero nosotros, como mayas, queremos decidir cómo queremos la vida. Y ese es el principal reto que tenemos: ponernos de acuerdo para imaginarnos cómo queremos la vida en el pueblo Maya.
Foto: Robin Canul
“La palabra indio todavía duele”
Alberto Velázquez, antropólogo
Doroteo Haokuuk es descendiente de una casta Maya de unos 500 años, su familia ha conservado por generaciones los conocimientos de sus ancestros. Pero hoy el hombre se enfrenta con ingenio a un país que lo menosprecia.
Texto: Ximena Natera, José Ignacio De Alba y Daniela Pastrana
Fotografías: Ximena Natera y Robin Canul
A Doroteo Haokuuk le enseñaron en su casa que a los presidentes municipales se les debe decir “buenos días” y “buenas tardes”. Lo que no le enseñaron es que los gobernantes se podían remover, pero para él esa ya es una lección aprendida: “no es un santo, lo podemos poner, lo podemos quitar”, asegura.
Haokuuk ahora sólo vota a por quien vele por su pueblo. Pero la lucha va más allá de un proceso electoral. Don Doro, como le dicen el pueblo, trabaja para que los mayas sigan siendo reconocidos, y no sólo por las autoridades. Las amenazas en su territorio se presentan cada tanto y siente que su antiquísimo linaje corre peligro.
“Me siento muy ofendido cuando las dependencias del gobierno te dicen que no hay mayas. Eso para mí es una ofensa porque ¿cómo realmente no va a haber mayas? Aquí hay cientos de personas que nacieron acá y que son mayas, hay gente que conocemos a sus abuelos desde hace 100 años, 80 años, ¿cómo no van a ser mayas? Por eso nosotros hablamos con nuestras hijas para que sigan la maya. Es un idioma que nos enseñaron, como el inglés”, dice.
El hombre habla en una suerte de español mayanizado, de corrido y casi sin parar. Cuenta que su maestro de primaria los regañaba cuando los veía hablar en maya.
“Nos decía que somos muy indios —recuerda —. Cuando tengas 10, 12 años no te gusta que el maestro te diga esas cosas. Por eso nosotros abandonamos las escuelas. Llegamos a tercer o cuarto año y nos salimos porque no queríamos que el profesor nos siguiera diciendo esto. Explicamos eso a nuestros papás. Ellos también necesitaban que los apoyamos en el campo y todo eso. ‘Ta´bien que no te ofiende nadien’”.
Doro tiene 60 años y administra un cenote de su propiedad en el municipio de Homún, de donde es originario. Cobra la entrada a turistas que visitan los fosos inundados. Los problemas para hablar en español no han sido impedimento para que lleve bien su negocio de ecoturismo.
“Hay veces que no podemos expresar lo que queremos decir. Estamos mal acostumbrados a hablar en maya. Hay palabras que no podemos decir, hay veces que sale defectuoso, sientes tú mismo que no está correcto lo que estás diciendo. Pero para qué voy a la escuela con una persona que me dice cosas así, si yo voy a la escuela para que me enseñe. Creo que él tiene la razón, porque él sólo sabe hablar español”.
El apellido de Doro está ligado al municipio de Homún por lo menos desde hace 500 años. El hombre encabeza una lucha contra una granja porcina que intenta establecerse en el municipio desde hace un par de años; los pobladores temen que los 40 mil cerdos de la granja terminen por causar un daño irreversible en la zona. Y sobre todo en los cenotes que son fuente de empleo.
Está seguro de que el gobierno no los reconoce como mayas “para que ellos puedan ganar los terrenos, los territorios. Para que digan aquí manda un gringo”.
Los mayas, dice, “deben ser orgullosos” y defender las raíces de milenarias. “Tenemos que defender nuestra cultura, no va a venir un gringo que cuide mis montes, que nos traiga la contaminación, los empresarios después que contaminen se van. ¿y quién va a pagar? ¡Nosotros!”.
“Todo esas cosas que está sucediendo ahorita, son los gobiernos, los diputados. Por eso quieren cambiar lo agrario, nosotros por eso tenemos que cuidar nuestras áreas, nuestros territorios. Ellos no van a defender nuestros territorios, nosotros lo tenemos que defender”, dice.
— ¿Qué piensa del Tren Maya?
— Falta información deveras, que me digas que buenos beneficios va a dar, qué malos beneficios va a dar. Aquí hay su contra también, que la gente diga: ¡puta! ¿qué será? Falta de información.
El cenote que ahora da de comer a la familia Haokuuk estuvo oculto mucho tiempo bajo sembradíos de henequén. Cuando tenía 13 años, Doro tuvo que ayudar a su papá en las jornadas del campo y pasaba por ahí todos los días, pero nunca se imaginó que algún día se convertiría en el primer empresario del ecoturismo que ha sacado a su pueblo de la miseria.
“Aquí había puro oro verde, así le decían al henequén. Acá había cenotes en el campo, pero cuando yo venía sólo era para el uso de agua. Estos son aguas cristalinas, no son contaminadas para nada. Cuando veía un culebro o un iguano en el cenote mi papá me decía: ‘no lo mates, es algo sagrado’”. Sus abuelos le enseñaron que antes de entrar a un cenote debía pedir permiso: “buenas tardes mamá, buenas tardes papá y regálame un poco de agua porque se me gastó agua. Y cuando ya llenabas tu calabazo de agua vuelves a decir gracias papá, gracias mamá, que ustedes ya me regalaron un poco de agua. Sales y se va”.
Los únicos que entran al agua son los curanderos, los yerbateros o los padres para hacer una medicina o la comida para hacer una ofrenda. “Pero te tienes que purificar para entrar”.
Por eso, hace un mes Don Doro agradeció a los dueños del cenote, “hice la tradición, invité a la gente de mi pueblo”. Después de la ceremonia se regala comida a la gente y ese día no se puede entrar al cenote. “Es el pago que hacemos nosotros, también pedimos para que no les pase nada a la gente que entre”, explica.
— ¿Sus hijas hablan maya?
— Mis hijas sí hablan maya, pero mis nietas les estamos enseñando. Ya cantaron el himno nacional en maya. Van a cantar el jueves un cancioncito en maya, van cantando rebien en maya, le gusta hablar en maya. Estamos vivos los mayas.
Don Doro instruye a sus nietas “para que no se olvide la lucha de lo que estamos haciendo, la lucha por el agua. En uno años yo voy a estar muerto pero por eso tiene que comenzar una enseñanza de lo que le tienes que decir a los niños. Si le dices una mentira, una mentira va a decir. Pero cuando le dice la verdad, defiende tu cultura, defiende tu palabra, defiende tu idioma, ellos van a decir sí soy maya Así me enseñaron mi abuelo, mi papá ¿por qué no lo vamos a defender? Estamos levantando también, vamos a dejar unos reglamentos. Queremos que el gobierno sea maya, es la mayor organización, para que ellos también nos rescaten, que rescaten la cultura”.
— ¿Quiénes son los mayas de ahora, Don Doro?
— Somos los retoños. Los mayas fueron los raíces, pero nosotros somos lo de arriba, somos los retoños. Yo siento que realmente son mis raíces, los mayas. Los macehuales, porque antes así les decían, los macehuales. Somos indios, no nos sentimos ofendidos. Aquí nací, aquí voy a morir.
“Nosotros somos los retoños”
Doroteo Haokuuk, empresario
Los criterios de la “mayanidad” se trazan en presente, en las ciudades y en los pueblos, en la lengua maya y el castellano. Para el historiador José Koyoc la categorización de maya no sólo se reduce a una revisión histórica. En Yucatán y en los mayas que emigran a Estados Unidos, una cosmovisión que se alarga hasta nuestros días, lejos de la extinción y la historia oficial
Texto: Ximena Natera, Robin Canul y José Ignacio De Alba
Fotografías: Ximena Natera
La identidad maya se constituye más allá de la historia, asegura José Koyoc Kú. El Estado utiliza el pasado para catalogar, para delinear quién merece ser maya y quién no; para los mayas, en cambio, sobrevivir significa, también, sublevarse a la clasificación.
José Koyoc es historiador, trabaja en el Equipo Indignación y es parte de una generación de jóvenes mayas que han decidido recuperar su identidad. Pero, ¿qué es la identidad?
Koyoc la entiende como algo dinámico. Pone de ejemplo el caso de su pueblo Halacho: hace 150 años aseguraba que sólo la mitad de la gente del lugar era maya. Pero el último censo del 2015, hecho por el propio gobierno, declara que el 92 por ciento de la población del sitio es maya.
“¿Cómo, a pesar de tener orígenes distintos, 150 años después la gente sigue diciendo que es maya? — cuestiona — “No creo que los pueblos originarios sean sólo el monte o el territorio, hay vida más allá, sólo falta construirla”.
Este intento permanente de arrinconar algo tradicional, algo que no se mueve, algo que está cosificado; a la realidad que estamos en constante transformación incorporando otras cosas, nosotros tenemos en el día a día hay muchas reflexiones sobre eso: “No seas Mayas, no hagas nada que recuerde al pasado. Lo dinámico es lo mestizo lo que incorpora otras cosas, pero también desde donde estamos nosotros incorporamos cosas, no nos podemos quedar allí. Estáticos. La realidad es que estamos en permanente cambio”.
El tema no es sencillo. Koyoc explica que hay una teoría de las élites mestizas en Yucatán que se llama la teoría del cercamiento y que dio durante 300 años: “éramos tantos que pensaban que de un momento a otro nos íbamos a levantar e íbamos a exterminar a todos los blancos y los mestizos. La cuestión en Yucatán no es que sea maya o no, sino que seas lo menos maya posible. Es decir, si ya tienes las facciones, que por lo menos no tengo un apellido maya. Siempre hay como esta idea de parecer lo menos maya posible. Que tengas menos atribución a ese grupo étnico. Los pueblos que viven en la ciudad, van perdiendo rasgos maya y en automático pasan a ser mestizos. Ellos muchas veces son los que ejercen la violencia colonial y hasta de manera más agresiva que los mismos, que por su fisionomía podrían estar del otro lado del espectro étnico".
Sin embargo, también aclara. “No creo que los pueblos originarios sean sólo el monte o el territorio, hay vida más allá, sólo falta construirla (…) Este intento permanente de arrinconar algo tradicional, algo que no se mueve, algo que está cosificado, a la realidad, que estamos en constante transformación incorporando otras cosas. (dicen que) lo dinámico es lo mestizo lo que incorpora otras cosas, pero también desde donde estamos nosotros incorporamos cosas, no nos podemos quedar allí. Estáticos. La realidad es que estamos en permanente cambio”.
Al menos hasta inicios del siglo XXI lo indígena ha estado centrado mucho el aspecto cultural, las personas que estamos intentando entender todo este proceso. “Eso ha debilitado a todos estos pueblos, por eso estamos apostando a impulsar al sujeto político”, dice Koyoc. Ese es el motivo, insiste, de que los pueblas pidan un reconocimiento completo a su autonomía y autodeterminación. “Estamos poniendo el punto en el ejercicio de nuestros derechos territoriales, lingüísticos”. Y la verdadera reivindicación histórica es el “reconocimiento del sujeto político”.
—¿Hacia dónde se debería avanzar?
— Una de las batallas importantes es que se regrese a la decisión del pueblo y pensar que tenemos derechos diferentes, sólo se va a lograr si tenemos una identidad maya. Para allá es para dónde a mí me gustaría ir, reconstruir la identidad maya, para tener derechos específicos.
No sólo hay una historia oficial de México, también hay una historia oficial maya. Koyoc explica que en este relato “hay una exaltación de los mayas que se revelaron en el oriente. Pero hay otras facciones que nos quedamos del lado del gobierno, es algo que todavía tenemos que dialogar con el pasado; qué condiciones hubo para que la mayoría de nosotros nos quedáramos del lado del gobierno estatal que después implementó todas esas políticas de exterminio cultural, físico y territorial”.
Quizá el gobierno no tenga problema en reconocer a los mayas dentro de una “identidad cultural”, incluso en el exterior la Secretaría de Turismo promociona la exoticidad de “El Mundo Maya”. Pero el reconocimiento tiene límites, explica el historiador “yo creo que el horizonte cultural debe estar acompañado de una reivindicación del sujeto político, sin eso se va a seguir “folklorizando” todo y vamos a seguir siendo funcionales al Estado mexicano y a la política mexicana”.
Pese a todo, a Koyoc le alegra que cada vez se discuta más sobre la identidad: “hay discusión, por fortuna, hubo un tiempo en que ni siquiera había cuestionamientos. No nos habíamos sentado para ver lo que ha pasado, no sé si son los tiempos políticos que están muy acelerados. Hay mucha gente que sí se está cuestionando la mayanidad, simplemente que se cuestione la gente y diga: ‘¿cómo yo soy mestizo si vivo aquí?’. Por ejemplo, ¿si mi sangre o mi carga biológica no es de aquí, pero yo estoy aquí y hablo maya y tengo todas estas costumbres soy maya? Todos esos cuestionamientos a mí se me hacen súper interesantes”.
El historiador asegura que la gama étnica es cada vez más grande y compleja: por ejemplo, hay coreanos, yaquis y afrodescendientes viviendo en comunidades e identificándose también como mayas. “Yo rescato de esa experiencia eso, que se puede ir en otra dirección y no necesariamente en esta de aniquilación y exterminio”.
Los propios mayas han caído en el juego de la clasificación explica Koyoc. La gente dice: “allá ya están amestizados”.
En México, dice Koyoc, hay un fetiche por las palabras. En el lenguaje político de los pueblos los zapatistas pusieron: “autonomía”, “Autodeterminación”, “Territorio”. Pero se cuestiona: “¿cómo vamos a lograr todo eso? Al fin y al cabo la autonomía sólo es una herramienta para ejercer la autodeterminación, pero ¿cómo llegar allí? Pues nadie sabe verdad. Lo que yo pienso que nos podría enriquecer es conocer otros pueblos y ver cómo le están haciendo. Creo que antes estábamos tan avasallados que ni siquiera pasaba por la cabeza de los pueblos esto. El hecho que se discuten da muchas esperanzas y el hecho de que haya tantos jóvenes también participando en la construcción del sujeto político y cosas culturales.
¿Habrá soluciones?
“Creo que tenemos que sentarnos a conversar las dos partes, no puede ser tampoco lo que digamos sólo nosotros. También tiene que ser con todos los mexicanos o con todos lo que se sienten de la nación mexicana, e ir hablando, dialogando para crear un consenso. Todavía está en construcción, cada pueblo o nación es bastante diferente y cada quien ha intentado construir opciones de convivencia”.
“Estamos en permanente cambio“
José Koyoc Ku, historiador
Leydi Aracely Pech se propuso una batalla singular para nuestro tiempo: defender la identidad maya desde la vida comunitaria, desde los saberes antigüos; ella está segura de que preservar el vínculo con el pasado es vital. “Nuestra cultura está formada por lazos”
Texto: Ximena Natera, Robin Canul y José Ignacio De Alba
Fotografías: Robin Canul
El mundo de Leydi Pech se ordena a partir de los relatos, de la tradición oral. La historia es para compartir y enseñar. ¿Qué perdería México si no estuvieran los mayas?, se le pregunta. Ella contesta con una anécdota:
El año pasado, la temporada de lluvias venía rala, la siembra no se daría concluyeron en una asamblea los mayas de su comunidad. En cambio, los menonitas, sus vecinos llegados del norte para abrir paso a la siembra masiva de soya transgénica, se apresuraron a echar semillas en la tierra. La comunidad de Leydi Pech pronosticó que perderían la cosecha. “Y lo perdieron. Vino una segunda lluvia y nosotros volvimos a decir, no es todavía la lluvia indicada” cuenta ella. Los menonitas volvieron a intentar y de nuevo perdieron.
Fue hasta la tercera lluvia que acompañó un buen viento. Los mayas, con buen augurio, decidieron iniciar la labor en el campo. “Si serán tan pendejos por qué no se dieron cuenta, que no es la lluvia. Creen ellos porque cae una lluvia que es lluvia. No, se debieron de fijar en más cosas. En su mayoría los mayas ganaron la siembra”, dice con orgullo Pech.
La mujer está segura que los conocimientos del pueblo maya son su mayor riqueza. Piensa que el gran problema de los no indígenas es que son obstinados en sus creencias, aunque estén equivocados. Sobre todo, no entiende por qué “los blancos” no escuchan a otros pueblos.
“Ellos se guían más por la parte técnica, digo, no se necesita mucha ciencia para entender lo que está pasando”, dice. “Estuve en un foro de la FAO en Argentina y hablaban de la alimentación. Yo escuchaba cómo las empresas han diseñado tecnología para medir la riqueza del suelo, la cantidad de sol que le va a llegar a la planta y yo decía: ‘¿cuánto dinero le han metido a eso? Cuando es tan fácil darse cuenta, es cuestión de fijarse en lo que sucede y entenderlo’”.
Leydi no tiene duda de que son estos saberos milenarios, pasados de generación en generación, los que terminan por arropar y unir a una comunidad diversa y dispersa. Lo que les permite reconocerse unos a otros.
Pero esos conocimientos cada vez importan menos en el mundo moderno. “Eso ha permitido que el otro se aproveche, porque han desvalorizado mucho, dicen: ‘lo que tú estuviste en el campo no vale, tienes que ir a una universidad para que puedas ser alguien en la vida’”.
Para ella, ser maya es ser guardián del territorio. Por eso, jura que los mayas no plantan más de lo que necesitan, que cuidan el agua, los territorios, “los rumbos”, como les dice.
Leydi Pech es una mujer querida en su comunidad, conocida por su ferviente defensa de la siembra tradicional y la cosecha de miel de abeja melipona, así como por el cuidado de las tradiciones.
“La gente dice: ‘los mayas no escriben’. Y es verdad: no escribimos, el registro es mucho más de conocimiento oral. Es conocimiento vivo y eso no está en una pirámide, está en las personas” La lengua, dice, “es un arma muy fuerte”. Por eso piensa que la batalla para preservar la cultura pasa por cuidar la lengua. “Es muy bonito que nosotros podamos hablar, porque sabes lo que le pasa al otro, compartimos muchas cosas”.
Pero también sabe que la identidad va más allá de rasgos, tono de piel o incluso la lengua.
“Mi identidad no me lo da si tengo o no un sitio arqueológico, mi identidad me lo da todo este territorio, el conocimiento, la forma como yo vivo y entiendo la vida, mis creencias, la forma en que preparo mis alimentos, cómo yo veo que para mí es importante para seguir trabajando mis semillas nativas, para trabajar mis abejas meliponas, para mi todo eso es identidad”.
No siempre ha sido fácil. Porque históricamente estos mismos conocimientos, basados en la experiencia y en observar y entender la tierra, han sido usados por los no indígenas para instalar un sentido de vergüenza en la comunidad, como un estandarte de atraso social.
“Ser maya es sinónimo de pobreza, decir que vienes de un pueblo inmediatamente la gente dice: ‘¡Ah! Esas gentes no tienen nada, son pobres’. Por eso (si soy maya) trato de parecerme al otro, hago lo que está haciendo el otro, imito lo que está haciendo el otro, yo no quiero ser el pobre, yo no quiero ser el discriminado. Que mis hijos estudien fuera”.
Para Pech esta es una de las verdaderas batallas: combatir los prejuicios y revalorizar el sentido de orgullo al interior de las comunidades mayas. Una tarea que ha recaído en las mujeres de forma natural porque ellas son las que transmiten los conocimientos a través de la crianza. “Las mujeres han sido muy valiosas, saben mucho de oficios: comadronas, parteras, plantas medicinales, saben cortar el cabello, preparar la comida de la boda”
Leydi Pech se considera una mujer fuerte, con un sentido profundo de pertenencia que atribuye a su madre, una viuda joven que crío a su familia como madre soltera arropada por su comunidad. Sin embargo, la lucha por la cultura viene de sus propias experiencias.
“Cuando uno va tomando conciencia va perdiendo el miedo, tampoco me toca resolver todo. Lo que pueda hacer está bien. Por eso es importante que haya más gente que tome conciencia”. — ¿Cómo debería de ser la relación entre las comunidades mayas y los mestizos? — le preguntamos, ya de despedida. — Yo creo que la relación del diálogo, la convivencia se debería de dar con respeto y comprensión.
“La lengua es un arma muy fuerte”
Leydi Pech, defensora de la tierra
Alejandra Sacil Sánchez Chan es poeta y editora, dirige la sección de un periódico que se publica en lengua maya y se distribuye en tres estados del país. En sus páginas igual hay información sobre los Rolling Stones, Netflix o el Estado Islámico. Para muchos es un bombardeo cultural, para Sacil, que es maya, es abrir ventanas al mundo
Texto: Ximena Natera y José Ignacio De Alba
Fotografías: Ximena Natera y Robin Canul
La Jornada Maya es un periódico peninsular que se distribuye en Campeche, Quintana Roo y Yucatán. Tiene la particularidad de que una de su contraportada se publica en un idioma indígena: el “maya yucateco”, dice Sacil Sánchez Chan.
El proyecto comenzó hace cuatro años, cuando los directores de La Jornada Maya la invitaron a participar. La idea era incluir una sección en lengua maya. Los temas serían variopintos, como en cualquier periódico. Así empezó el segundo espacio más importante del diario, asegura la joven. Su primera publicación fue sobre la presentación del famoso Cirque du Solei en la región. Pero la publicación no fue bien recibida entre la cúpula de pensadores y académicos mayas.
“La reacción de la gente, que afortunadamente lee y escribe el maya, fue así como: ‘¿es enserio, de verdad me estás hablando de esto?’. Tal vez, esperaban una nota de... no sé, lo que estaba ocurriendo en Homún, o lo que estaba ocurriendo en otros espacios de la comunidad y no precisamente esperaban una nota del Cirque du Solei. Eso me hizo cuestionarme mucho si lo que estaba haciendo era correcto, si a largo plazo perjudicaría a la comunidad más de lo que podía aportar”, recuerda.
Foto: Ximena Natera
Los cuestionamientos la han seguido por cuatro años, pero ella defiende el espacio y su rol de editora como parte de un proceso para normalizar el acceso a información de comunidades indígenas. Porque, a pesar de que desde hace cinco siglos se han utilizado grafías del alfabeto latino, la alfabetización dual maya-español no ha sido prioridad en el sistema educativo nacional, y eso provoca poco acceso al idioma escrito fuera de las élites académicas.
“Es como la pregunta de qué fue primero, si el huevo o la gallina, ¿Para quién terminamos escribiendo? El periodismo debería de permitir a las personas conocer sobre cosas comunes tanto como temas complejos”, insiste. Luego cuenta una anécdota: en una edición pasada del Feria Internacional de la Lectura Yucatán, donde La Jornada tiene un stand, un hombre mestizo se acercó a hablar con ella. No podía con el asombro.
“No podía creer que fuera yo la que editaba la contraportada, que fuera joven y mujer, que escribiera en computadora, que yo la diseñara… creo que esperaba que fuera un anciano que escribía algunas cosas en papel y que tal vez luego alguien más lo pasaba a la computadora y alguien más editaba, me dejó pensando ¿Cómo se piensa cuando se habla de “indígena”?”.
Foto: Ximena Natera
Sacil asegura que durante estos años ha buscado incorporar cada vez más información local. “Por un lado se empieza”, asegura.
Piensa que es importante que su comunidad tenga acceso a información en su lengua sobre temas relacionados a las particularidades de la experiencia indígena maya pero también a las realidades ajenas. Crear ventanas al mundo. Un futuro ideal para ella sería que la sección pasara de una página a una sección completa, poder tener un equipo editorial responsable de crear contenido diverso en su propia lengua.
“Sueño con que podamos reseñar tecnológía o hacer de crónicas de largo aliento sobre cultura, deportes, defensa del territorio, todo lo que conforma un periodico”, dice.
Por ahora está sola.
El periódico sale de lunes a viernes y hasta ahorita van más de 600 ediciones.
Ella explica que las traducciones al idioma maya siempre han sido polémicas, “porque, por ejemplo, la Constitución ya se tradujo y si me la das a leer, la verdad es que yo no le entiendo al 100 por ciento, pero intento”.
Foto: Robin Canul
El trabajo ha dejado gratas sorpresas: hace poco, por ejemplo, un hombre radicado en Estados Unidos le escribió un correo en el que le contó que usaba La Jornada Maya para enseñar a los hijos de migrantes a leer y escribir la lengua y también como una forma de conectar y saber más sobre sus lugares de origen”
—¿Qué cosas, para ti definen la identidad maya?, se le pregunta. — Tal vez, hay gente que vive su cultura con el idioma; tal vez, hay gente que vive con las costumbres; tal vez, haya quien lo hace con ambas cosas.
— ¿Cómo deberíamos entender a los mayas ahora?
— Que estamos evolucionando con el mundo en el que caminamos. A mucha gente todavía le dicen los mayas y se imaginan a los que están en taparrabos, en las zonas arqueológica. Pero realmente los que ahorita estamos viviendo de acuerdo con este universo estamos escribiendo; estamos cantando; estamos estudiando; estamos haciendo muchísimas cosas, que en un principio se hacían se dejaron de hacer. Y que ahora lo estamos retomando pero de acuerdo a esta realidad en la que estamos pisando, en la que el mundo se encuentra en este momento. Creo que es un poco difícil quitar esa idea de que los mayas son los que estuvieron, porque ha sido como siempre nos han dicho: que existieron. Pero creo que tenemos que mostrar y no para ellos sino para nosotros mismos que aquí seguimos.
Foto: Ximena Natera
“Por un lado se empieza”
Alejandra Sasil Sánchez Chon, periodista
La música despertó en Luis Jorge Pom Balam parte de un pasado que se había mantenido oculto para él. Hoy enseña a jóvenes a tocar instrumentos; sin decirles nada pretende que sus aprendices encuentren sus raíces y las preserven
Texto: José Ignacio De Alba, Robin Canul y Ximena Natera
Fotografías: Ximena Natera y Robin Canul
El tunkul es una alegoría de la cultura maya, el instrumento simple y poderoso sobrevivió a la conquista española, al extermino musical, al intento de suplantación de una cultura.
El instrumento es un sobreviviente, hoy es utilizado por Luis Jorge Pom Balam para hacer sus fusiones musicales, para enseñar, para rastrear el pasado tergiversado.
“En sus últimos días de vida, mi abuelo me contó que los tunkules los enterraban en las milpas, como parte de su resistencia de que si los traían al pueblo, se los quitaban, se los arrebataban; entonces, los dejaban mejor en el monte enterrados donde sólo ellos sabían en dónde estaban”.
Este instrumento maya es uno de los pocos sobrevivientes, de la música quedan de algunas piezas, “pero son muy pocas las piezas que hemos hecho de nuestra propia inspiración y no nos hemos el tiempo de sentarnos a componer, porque son muchísimas canciones las que están hechas y nunca hemos logrado interpretarlas todas y hay muchas más que se han perdido, que no logramos preservarlas” dice Jorge pon Balam. Los conquistadores alegaron que las melodías mayas eran cosa del diablo, la evangelización tiene objetivos insospechados.
— ¿Por qué crees que ha resistido el Tunkul?
— Yo creo que por toda la magia que tiene, es algo místico; cuando uno toca un tunkul o cuando uno escucha el sonido de un tunkul la atmósfera cambia; el sonido según lo que he estado investigando es “psicoacústico”, es un sonido que atraviesa el cerebro de un lado a otro, te cruza de un lado a otro y te despierta.
Foto: Ximena Natera
Pom Balam explica que es un instrumento de una sola pieza de madera; no tiene ensambles, no tiene partes. Para la gente antigua era el instrumento más sencillo de hacer, porque no requiere muchos materiales; la complejidad es que la madera es tan dura que las herramientas para hacerlo necesitan ser resistentes.
Incluso el instrumento es celoso con los músicos: “hay unas personas a las que a primera puede tocar y hay otras que por más que les estés enseñando y diciendo, incluso músicos profesionales se les hace muy difícil, y pues nos decían que porque la instrumento escoge quien lo toque” asegura.
El tunkul era un instrumento utilizado en ceremonias de los mayas. Para tocarlo también había un ritual en el que se enterraba el instrumento. Pom Balam sólo realiza el ritual antes del carnaval de su pueblo, desde hace cuatro años cuando aprendió no sólo cuestiones técnicas del instrumento, realiza el rito.
Jorge Pom Balam dice que la música maya que él toca ya no es ceremonial, incluso a sus interpretaciones se agregan instrumentos europeos y africanos. Pero él está seguro que entre más rica sea la fusión es mejor; por eso junto a la creación mantiene una lucha por el recate de la música tradicional Maya.
Foto: Ximena Natera
— ¿Cómo encontrar un espacio en común entre la experimentación sonora y la tradición?, se le pregunta.
— Yo ya había estado en grupos de rock, ya había estado haciendo otro tipo de música; y cuando me encuentro con esto, lo primero que viene a mi mente es fusión; voy a funcionar lo maya con el rock y es ahí cuando yo chocó con mis amigos citadinos y como que ellos no tenían clara esa idea y no se concreta. Entonces, lo que hago es venir hacia acá, buscar en lo más profundo de la raíz musical, empezar a experimentar.
Para el músico, la vuelta al pasado, lo que él llama “raíz”, fue gracias a la música.
Cuenta una historia: cuando tenía 10 años vio en la calle a una agrupación que interpretaba con extraños instrumentos música. Él cuestionó a su abuelo sobre las melodías y la respuesta de su abuelo fue tajante: “unos locos”. Tiempo después Jorge Pom Balam los volvió a encontrar y se acercó a platicar con ellos; descubrió fue que uno de ellos era hermano de su abuelo y que había quedado renegado de la familia por alguna reyerta.
Desde entonces Jorge quedó ligado a la música, con el tiempo aquella agrupación de músicos extraños se deshizo por la muerte de sus integrantes o porque algunos otros se convirtieron al protestantismo, “que no les permite acercarse a ese tipo de manifestaciones”.
Foto: Ximena Natera
—¿Qué significa la identidad maya?
—La identidad es encontrarte, en mi caso después de haber experimentado y recorrido todo lo que me tocó experimentar; llegar otra vez a dónde empecé, de donde partí y hacerme ver que eso soy y que es mío y que no soy el único; sino que hay un montón de gente a mi alrededor que también se siente o que tiene ese sentimiento, eso para mí es la identidad.
—¿Qué amenazas crees que hay para seguir manteniendo esa identidad? ¿Qué retos ves?
—Lo importante para que esto persista es enseñar. Enseñar y compartir, transmitir a los más chicos y hacerles despertar ese sentimiento de identidad. Si nosotros no hacemos eso es muy, muy seguro que todo se va a perder. Es como los rituales agrícolas que aún se hacen y que sólo los hacen los viejitos y cuando se mueran esos viejitos, esos rituales dejan de existir; porque a los hijos ya no les interesa; porque a los hijos ya no siembran; ya no van al campo; ya no van al monte, entonces se va perdiendo. Lo mismo es con la música, con muchas de las tradiciones, pero eso es porque no les enseñamos, si nos dedicáramos igual un tiempo a enseñar, yo creo que sí perdurarían un poco más, se despierta el interés.
Foto: Robin Canul
“Hay que enseñar a los más chicos“
Luis Jorge Pom Balam, músico urbano