Existen refugios para mujeres víctimas de violencia. Se trata de espacios para poner un alto y construir un plan de vida sin agresiones. El verdadero reto viene después, cuando la mujer debe volver a la calle y (quizá) enfrentar al agresor.
Andrea, de 24 años, llegó a esta Casa Refugio para salvar su vida. Llegó desde Puebla con su hijo de 4 meses, aconsejada por una tía y con la certeza de que él, su agresor y ex pareja, aquí no podría encontrarla.
“Él me empujaba contra la pared y me amenazaba con el cuchillo. Hizo de todo para que me embarazara. Yo no quería. Me obligó a quitarme el dispositivo. Empecé a tomar pastillas, pero se dio cuenta. En el embarazo me golpeaba, me decía que no tenía que hablar con nadie. Su ropa tenía que estar bien limpiecita, su agua tenía que estar muy bien preparada, no podía haber un chile podrido porque si no me golpeaba. La gente de allá, todavía, cree que se tiene que aguantar todo. Yo seguía con él porque le tenía mucho miedo. Tiene que parecer increíble, pero cuando llegué aquí lo extrañaba, iba chillando por él. Ahora no, no lo extraño porque me doy cuenta. No sé qué extrañaba. Esta semana salgo de este refugio, pero con otras ideas. Él no me dejaba estudiar. Yo estaba estudiando para ser maestra de náhuatl. Piensan que somos de su propiedad. Cuando entré aquí tenía mucho miedo, porque él me amenazaba con quitarme los niños, pero la psicóloga me ayudó mucho”.
Este lugar, ubicado en algún punto de la ciudad de México, fue fundado por la organización Fortaleza, que nació en 1994 como centro de atención integral a las mujeres.
Se trata de una casa, más que una oficina o una “institución”, que dirige Leticia Hernández. Aquí, las trabajadoras saben que cuando vivimos una situación de violencia no siempre logramos ir al trabajo, buscar un empleo, respirar, pensar en la comida, dormir, acompañar a las hijas a la escuela, organizar la vida cotidiana. Por eso, uno de los primeros objetivos es establecer un orden en el círculo de violencia que vivimos.
“Sirve el acompañamiento, porque resulta difícil hasta comprar un boleto del metro para moverse”, dice María, una de las trabajadoras.
María es nuestra guía en este recorrido, nos lleva a la planta baja donde está la sala de bienvenida, sillones, alfombras y té caliente. En el primer piso están las oficinas operativas y en el segundo, las habitaciones. Cada una es una pequeña casa, un espacio de libertad. Caminamos hacia una cocina muy grande, un área de juegos, una lavandería y un ropero. “Recibimos donativos. Algunas mujeres tienen que huir de casa, sin nada. Aquí encuentran las prendas que necesitan”, dice.
Llegamos a la Sala de Reflexión, un espacio de silencio. Hay también un área de trabajo social, psicología y enfermería. En Casa Refugio trabajan 17 mujeres. María, por ejemplo, está en trabajo social, y es testigo del proceso de las usuarias, su evolución.
“Ellas pasan por esta sensación de que ‘si es él el que me está haciendo daño, porque soy yo la que tengo que estar aquí encerrada’. Es difícil lidiar con eso. Nosotras les decimos que es lo necesario para estar resguardadas físicamente, que lo vean como una oportunidad para decidir, porque a lo mejor, estando afuera, seguirían escuchando la voz del generador de violencia, la de la familia, y no la suya propia”, cuenta María.
Subiendo hacia la tercera planta, encontramos un salón con mucha luz y vida, construido como si fuera un patio, con columpios y juguetes, para hacer frente al encierro. Cuando no se puede salir, la vía de fuga se construye mirando hacia arriba.
Aquí se dan talleres de danza, yoga, charlas para trabajar la violencia de género. Está el área de psicopedagogía que apoya los procesos de alfabetización o de búsqueda de empleo. Los talleres de peluquería y maquillaje son para el autocuidado, hay chicas que, por la violencia, rechazan su cuerpo y aquí pueden reencontrarse nuevamente.
En Casa Refugio saben que falta trazar una ruta clara, a nivel institucional, para que las mujeres sepan dónde ir, a quién acudir, cuáles son los primeros pasos, reconocer que ninguna merece vivir en violencia y saber que hay derechos a futuro. La mayoría de las usuarias llegaron solas y por casualidad.
La estadía en Casa Refugio es de 3 meses, pero puede acortarse o extenderse. Al salir, hay seguimiento gratuito durante un año en el Centro de Atención Externa.
Llevaba 21 años de casada, llegó a este refugio aconsejada por una amiga.
“Nunca imaginé entrar en un lugar como este. Mis hijos mayores me motivaron, me decían ‘no te quedes, no lo hagas para nosotros, hazlo por ti’. Siempre me sentía sola, sabía que nadie me iba a ayudar. Soy del estado de México. Él nunca ejerció violencia contra ellos, sólo contra mí. Me controlaba todo, mis mensajes, el teléfono, las últimas veces que me contactaba por facebook. Desde que estoy aquí me siento libre. Mi autoestima creció. Ahora veo perspectivas hacia el futuro. No es perder la libertad, no es estar encerradas, es rencontrarnos con nosotras mismas. Llegué aquí con gastritis y taquicardia. Tenía miedo todo el tiempo. Yo con él tenía que comer parada todo el tiempo, tenía que estar calentando su comida, sus tortillas, no me podía sentar. Y si no le gustaba la comida me la echaba encima. Ahora no tengo miedo, ya me siento fortalecida. Antes de irme él me dijo que se iba a comprar un arma. Cuando me dijo eso, fuera verdad o falso no importa, me salí. No me lo merezco, ninguna se lo merece. Quiero trabajar y estudiar”.
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El apoyo en Casa Refugio es integral e individual. A diferencia de los albergues, aquellos espacios a los que el CAVI canaliza a las mujeres violentadas, aquí cada mujer y cada núcleo familiar tiene una habitación propia.
En el área de psicología cada usuaria construye un nuevo plan de vida a corto, mediano y largo plazo para buscar empleo o casa, la escuela de los hijos o la recuperación de documentos, porque algunas huyeron sólo con la ropa puesta, explica María.
La experiencia les ha enseñado que lo primero que necesitan las mujeres es resguardarse y tener apoyo emocional, no tener apoyo jurídico. Es decir, primero se debe fortalecer a la mujer, trazar una ruta de la violencia sufrida y después se piensa en la demanda, dice Regina, abogada del lugar.
Hay dos diferencias básicas en la atención de este espacio y la que da el gobierno de la ciudad de México. Primero, a diferencia de la atención en CAVI que prioriza la parte judicial, aquí se empieza por lo emocional. Segundo, en el sistema de procuración de justicia cuando una mujer denuncia la violencia doméstica, el ministerio publico intenta la vía de la conciliación jurídica, un proceso de negociación con la pareja “para el bien de los hijos y de la familia”.
“Respecto de la conciliación yo me niego, se les están negando todos sus derechos a las mujeres con la conciliación. Donde hay violencia, no hay conciliación. Lo que se tendría que hacer es divulgar el conocimiento jurídico y volver accesible el lenguaje técnico”, dice Regina.
Ella sabe que lo más difícil en este proceso es la reinserción, dejar el refugio y volver a tomar la vida.
“Es muy difícil apoyar una mujer que a lo mejor lleva muy buen proceso de recuperación, pero las condiciones afuera no son adecuadas: no hay empleos y los que hay, en términos de horarios, no consideran que eres una mujer sola con hijos y los salarios son bajos. ¿Cómo se hace para tener un plan de vida libre de violencia?”.
Según las operadoras de Fortaleza, en los últimos veinte años las violencias que viven las mujeres van cambiando. Antes recibían sobre todo casos intrafamiliares, hoy sube el porcentaje de casos relacionados con el narcotráfico y la delincuencia organizada, ya sea porque tienen una pareja involucrada o viven en barrios afectados por ella.
Cambia también la percepción pública de la violencia, que aquí se asume como un problema político y social.
“Para las mujeres acceder a la justicia es enfrentare con un monstruo. Una mujer me contó ‘la primera vez que fui a denunciar, no me hicieron caso. La segunda, les mostré los dientes que sangraban, la tercera vez me voltearon a ver, cuando ya él me había roto las piernas’. El problema es la impunidad: puedo seguir violentando. Antes se asociaba la violencia doméstica a la pobreza, pero la violencia de género no es un problema de clase”, dice Regina, abogada de Casa Refugio.
Entrar al refugio es una acción necesaria para salvarse la vida, pero los recursos llegan gota a gota. Por ejemplo, el año pasado, el gobierno capitalino entregó el dinero público a finales de julio, siete meses después.
“Ni el equipo recibía un salario, lo cual se vuelve una violencia hacia nosotras, además de que trabajamos con problemáticas muy desgastantes, nosotras no podemos decir a una mujer que está en un refugio y que requiere medicamentos que no hay”, cuenta Leticia Hernández, directora de la Casa, quien asegura haber pagado de su bolsillo necesidades básicas de las usuarias. Sin el compromiso de las trabajadoras, no operaría este espacio de cuidado.
Línea 24 horas de Atención a
Violencia Familiar.
Fortaleza: 56334512 http://www.fortaleza.iap.org.mx/Quienes-Somos.php
Red Nacional de refugios: 018008391033 de
Lunes a viernes de 9 am a 6 pm.