Los autores
Fecha: 12 de octubre de 2018
Hace dos siglos, cuando México nació como estado independiente, la mitad de la población del país pertenecía a un grupo indígena. Ahora, apenas llegan al 13 por ciento. Y de los 68 pueblos originarios que aún habitan el territorio mexicano, 23 están en riesgo de desaparecer.
Se trata de un exterminio lento y por la vía del abandono. Porque a pesar de que la narrativa oficial presume nuestra multiculturalidad étnica, el Estado mexicano jamás ha tenido políticas para hacerla valer.
En junio de 2017 el Instituto Nacional de Geografía y Estadística publicó una encuesta que por primera vez incluyó el factor étnico en las condiciones socioeconómicas de la población. La encuesta mostró lo que algunos llamaron “nuestra pigmentocracia”, es decir, que el color de piel determina la educación que recibimos, los trabajos que desempeñamos y los salarios que percibimos.
De ahí surgió la pregunta de arranque de este trabajo: ¿La pobreza en México tiene un color?
El proyecto implicó una amplia discusión entre reporteros y fotógrafos de distintas regiones del país, que desde el periodismo nos cuestionamos lo poco que sabemos de los pueblos con los que cohabitamos: ¿Quiénes son los yumanos que dieron nombre a las cervezas que tomamos? ¿Qué hacen los rarámuirs cuando no están corriendo maratones? ¿En qué trabajan los mayas del siglo 21?
Nos planteamos el ambicioso el intento de narrar las distintas identidades en una época en que las definiciones identitarias sexuales, étnicas-raciales, nacionalistas, se confrontan, resquebrajan y diluyen. ¿Cómo contar las reivindicaciones, las re-existencias colectivas de pueblos olvidados por sus propios integrantes? ¿Cómo desactivar los filtros ideológicos preconfigurados desde nuestra educación nacionalista, clasista, que dicta que México es un solo pueblo y no un país con varios pueblos?
Encontramos respuestas acompañando a un historiador maya, amante del equipo de futbol inglés, al Museo de las Culturas Mayas. Acompañando a una mujer triqui en su boda. Buscando las huellas que dejaron en cuevas los pobladores de Baja California hace 8 mil años con un grupo de cochimíes.
En el camino, nos confrontamos con nuestras propias creencias de lo que “debe ser” el mundo indígena, y con la extraña y permanente sensación de estar en una casa ajena, cada vez que alguien nos decía: “ustedes, los mexicanos”.
Descubrimos que sí hay una relación entre el racismo y las condiciones de marginación a las que se ha destinado a los pueblos. Que el despojo de la identidad no ha sido solo para ellos, sino para todos. Que ellos no vivieron en nuestro territorio hace miles de años, sino que viven, desde hace miles de años, en un territorio que cada vez está más ocupado.
De eso se trata “El Color de la Pobreza”, una serie de reportajes sobre la cotidianeidad de los pueblos que siguen vivos a pesar de siglos de colonialismo y exclusión, y que buscan aportar elementos de diálogo para entender quiénes somos, pero sobre todo, cómo podemos imaginar otras formas de encontrarnos y cohabitar.